UNA FOTO, LA MEDITACIÓN DEL PASADO.
Por Wilfredo Arriola
«Hoy todo existe para terminar en una fotografía». Dice Susan Sontag, le decía a su amiga a la orilla de aquel mar, donde recordaban mirando fotos desde el móvil. Ambas la una hacía a la otra, próximas, pero viajando en el tiempo, celebrando la soledad que genera la melancolía. No les incomodaba su silencio, se detenían en esas imágenes, Leo, comentó:
—Ahora sé que las fotos se acaban, que pueden nacer otras fotos, dentro de ellas mismas; más tiernas, más solventes, menos dañinas. Las fotos como las verdades tienen fecha de caducidad, a pesar de que permanezcan en el tiempo ya no dicen lo que se mira. Somos otros, diferentes quizá, más delgados, más jóvenes, con otra mirada, llenos de mundo y de esperanza. Otras fotos, con quienes ya no están, con quienes solo nos une un recuerdo y ese mismo también sirve como pared entre está realidad y otra lejana que también ahora forma parte de un olvido. Hay fotos que no celebran nada, que son testigos del dolor, de lo inhumano, fotos testigo de un tiempo muerto, la disecación del pasado. Existen esas, que a su momento predicaban la exaltación de la belleza, de la felicidad, hoy las miramos con temor, con ese ficticio cuchillo que hiere la mirada. No nos atrevemos a recordar, porque un recuerdo puede contener una verdad que de a poco en poco ha venido siendo superada. Una foto, también es la meditación de un pasado.
Tengo muchas, no sé cual de todas siguen vigentes, la medicina está a un paso de convertirse en veneno y una foto puede conducir con rosas a un precipicio. Lo que nos decimos a nosotros mismos del pasado edita las memorias, las condena. Mirar fotos grupales que serían perfectas sin un personaje en el medio, o en su probabilidad, ese personaje salva la foto. Ya no tenemos la costumbre imperiosa de ver fotos en álbumes, con el sepia que tiñen los años, con la ropa descatalogada, con el bigote preminente y aquel vestido de revuelos, con aquel pastel en medio como fogata y la suma de todos que de tramo en tramo ya no son más que individuos que entre más pasa el tiempo más avanzan en dirección contraria a la nuestra. Muchas veces la felicidad solo existe cuando volvemos a ver hacía atrás, sin embargo, cada día se va convirtiendo en eso, en una foto que se fermentará con el inapelable paso del tiempo.
Aquellos que celebramos por su nacimiento, hoy andan a solas con la altura de un adulto, irreconocibles pero sombríos en su caminar, uno repara en la costumbre que ya no es, sino una parte intrusa en esta normalidad. Ya lo decía Piglia «No hay como estar en contacto con la juventud para aprender a envejecer».
— Entiendo Leo, ¿Entonces qué hacemos con esas fotos que como tú dices, ya no dicen la verdad?
— Seguro permanecerán, lo único que podemos hacer es dejarla sin espectadores. Ciertas funciones ya se acabaron, maravillarse solo ocurre una vez, lo demás es vanidad o necedad.
— Hay recuerdos que son agradables revivirles de vez en cuando, ¿No crees?
— En la Divina Comedia, Dante decía algo interesante «No hay dolor más grande que recordar los tiempos felices en la desgracia». No le creo del todo, pero le respeto, y si Dante viviera creo que le caería medianamente bien, más por respetarle que por
creerle…
— ¿Nos tomamos una foto?
— Pero vos, por que a mi me tiembla la mano.
— Sonriamos porque esto podría aliviarnos después…
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