Mauricio Vallejo Márquez
Coordinador
Suplemento Tres mil
La ventana resultó ser un espejo. Estaba ahí en esa extraña costumbre que cada cierto tiempo me da por repetir, stuff cuando me acerco a ver los cambios de mi colonia, de mi entorno.
Muchas cosas son diferentes, personas se han machado y otras han llegado. Incluso los colores ya no son los mismos, los años se han encargado de hacerlos diferentes e incluso de cambiar la percepción de estos. Eso que afirma el pintor Augusto Crespín resulta cierto “Los colores se ven distintos con el pasar de los años. Ya no veo igual o de la misma forma las cosas”.
Sin embargo, a pesar de todos los cambios siempre hay algo que me hace ver que las cosas permanecen, como sucede con los cimientos o con el hecho de que está en el mismo lugar. O como sucede en uno mismo, que a pesar de considerar que vamos mutando o evolucionando, seguimos siendo los mismos.
Y observando hacia afuera uno comienza a verse por dentro con más atención, percatándonos de que nunca nos vimos como debíamos de vernos.
Esa reflexión me demuestra que con un poco de observación es todo como si un manual me dijera paso a paso como se maneja la vida o al menos el instante que se pretende vivir. No lo que es lo correcto o incorrecto, sino el simple hecho absoluto de vivir. Que si nos arrojamos al vacío caeremos sin remedio; que si dejamos de respirar, nos ahogamos. Verdades absolutas en las que no hay discusión y que aceptamos sin más. Pero en la vida, en esas acciones nimias de andar, de movernos en ese largo etcétera de hacer también sucede lo mismo aunque pretendamos negarlo.
Así en más de una ocasión me negué a mi mismo, a todo lo que conlleva el hecho de ser. Hasta que comencé a comprender la vida no como lo que debe de darse, sino lo que sencillamente es.
Aún con todo el plan de vida estructurado y organizado no se logra que todo se dé como uno quiere. Las cosas se ven influenciadas por personas, lugares, cosas y tiempos. No se desenvuelve un país de la misma forma en 1931 y en 2014, ya no se diga si es un salvadoreño en China o un griego en Camerún. La gente varía según el contexto y las personas. Ya no se diga en relación con las edades. Una persona de 56 años jamás pensará igual que una de 19. Aunque la gente no madure, envejece y las experiencias van formando nuestra personalidad y carácter.
Hace dos décadas al ver por la ventana me encontraba con la niebla a las 6:00 de la mañana, e incluso caminaba entre ella. Ahora es distinto, las fincas que estaban al rededor de mi casa ya no existen y la niebla ya no aparece con frecuencia, aunque el lugar es el mismo. Las cosas han cambiado, las cosas seguirán cambiando. Nada permanece, salvo el cambio mismo.
Y en ese aprendizaje se nos puede ir la vida. ¿Acaso no es preferible continuar conociéndonos en lugar de sólo dejarnos caer en la monotonía de permitir pasar las cosas? Y aceptar que hay cosas que sin remedio seguirán iguales, aunque logremos que cambien. La naturaleza humana, por ejemplo, está limitada a sus propios códigos y siempre existirá la probabilidad de una causa y un efecto, aunque ambas cosas tengan miles de variantes. Si algo seguro existe, es el cambio. Siempre permanece.
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