Iosu Perales
La globalización es un proceso histórico, cialis cialis no es el resultado de un acto como encender el motor de un automóvil o la luz de una habitación. Podemos decir que en el año 2025 estaremos mucho más globalizados y en el 2050 aún más. Se trata de una transformación permanente que no sabemos cuándo podrá llegar a completarse, physician sobre todo por cuanto su esencia es la de extender actividades a través de un planeta diverso. En todo caso la globalización ha devenido en un término de moda, de uso extendido incluso entre la ciudadanía común, aunque sea una consigna frecuentemente mal empleada, poco definida y probablemente no bien comprendida.
Sea como fuere la tendencia hacia la universalización es un hecho indiscutible, al parecer irreversible que, en todo caso, no se representa armoniosa como en una fábula de Walt Disney. Un análisis riguroso de nuestro mundo globalizante nos ofrece el dato de que la quinta parte más rica del mundo posee el 80% de los recursos del planeta. De una población mundial de 6 mil millones, apenas 500 millones de personas viven confortablemente. De ahí lo absurdo de permanecer deslumbrados ante una globalización sectaria que sobre todo tiene que ver con el dinero. En contra del optimismo neoliberal, la globalización no es en sí misma ni una buena ni mala noticia, aunque a corto plazo no queda mucho espacio para la esperanza.
Para el neoliberalismo, inspirador y motor de la actual globalización, estos problemas y disfunciones serán resueltos por la mano invisible del mercado y el crecimiento macroeconómico. Esta tesis sostenida como verdad irrefutable desaloja toda otra posibilidad alternativa: se trata de un fundamentalismo que algunos autores denominan como pensamiento único. Este pensamiento asegura que el capitalismo no puede venirse abajo, es el estado natural de la sociedad, en tanto que la democracia no es el estado natural de la sociedad. Los neoliberales afirman que los mercados financieros poseen señales que orientan y determinan el movimiento general de la economía. Competencia y competitividad estimulan y desarrollan los negocios, aportándoles una modernización permanente y beneficiosa. El comercio libre, sin barreras, es un factor ininterrumpido del comercio y por tanto de las sociedades. La división internacional del trabajo modera las demandas laborales y aminora los costos de mano de obra. Siempre se trata de predicar menos Estado y la necesidad constante de favorecer los intereses del capital en detrimento de los intereses del trabajo. Este catecismo, repetido hasta la saciedad, ha obtenido un poder intimidatorio que advierte que separarse de estas leyes nos llevaría a la caída.
De acuerdo con Hayek en Caminos de servidumbre (1944) la ideología neoliberal asume que la vida es una pelea en la jungla, y el darwinismo económico y social, con sus llamadas a la competencia, a la selección natural y a la adaptación, es algo que se impone a todo y a todos. En este orden social los individuos se dividen en solventes e insolventes, es decir en aptos o no para ingresar al mercado. La solidaridad no es un imperativo sino la opción individualizada de la compasión. Esta filosofía encaja en el modo de las actuales relaciones internacionales. Sería de interés una reflexión que no tiene espacio en estas notas acerca de la relación, choque y cooptación entre ética protestante y catolicismo de la igualdad.
Como dice Gurutz Jáuregui la tentación de aferrarnos a viejas certidumbres, frente a lo nuevo, no es lo más apropiado. Por contra, aceptar el riesgo de actuar ante los procesos de cambio desde una actitud crítica, es mucho más apasionante. De modo que si aceptamos el punto de partida de que la actual globalización no encarna los valores de un ideal emancipatorio, parece una necesidad la asunción de un proyecto alternativo humanista de globalización que implica la construcción de un sistema político que, como defiende Samir Amin no esté al servicio del mercado global, sino que “defina sus parámetros tal como el Estado-nación representó históricamente el marco social del mercado nacional y no su mera área pasiva de desarrollo”.
Amin, propone cuatro campos de acción política para la configuración de un nuevo sistema global: a) la organización del desarme mundial; b) la organización del acceso a los recursos del planeta de manera igualitaria, que incluya una valoración de los mismos, lo que obligaría a reducir pérdidas y residuos, y una distribución más equitativa del valor de los ingresos derivados de dichos recursos; c) la negociación de relaciones económicas abiertas y flexibles entre las regiones del mundo, liquidando las instituciones que actualmente dirigen el mercado mundial y creando otros sistemas para gestionar la economía global; d) el inicio de negociaciones para la correcta gestión de la dialéctica mundial/nacional, y la puesta en marcha de un parlamento mundial. Se trata de una recuperación de la política, no por la vía subterránea del neoliberalismo, sino explícitamente, situándola en la cabina que debe dirigir el rumbo del mundo. El propio Jáuregui apela a la democracia cosmopolita como vía de reconstrucción democrática en el que el modus operandi de la producción, distribución y explotación de los recursos debería ser compatible con el proceso democrático.
Siguiendo a Jáuregui, la globalización neoliberal se presenta cada vez más como un sistema político basado en la desaparición de lo político. Presentándose como apolítica la globalización ejerce una alta política. Su racionalidad económica esconde políticas muy concretas: el mercado dicta y los gobiernos administran lo que le dicta el mercado. Ciertamente, el mercado global, hace que los centros de gravedad de las fuerzas económicas que gobiernan la acumulación hayan atravesado las fronteras de los Estados particulares; por otro lado, no existe en el ámbito mundial un marco o estructura político, social, ideológico y cultural que pueda dotar de coherencia a la gestión global del sistema. Por tanto, en lo que respecta a la dimensión política, la gestión de la crisis consiste en intentar suprimir el segundo término de la contradicción, el Estado, con el objeto de imponer la gestión de la sociedad por el mercado como única regla.
Los efectos de la actual globalización en la soberanía de los Estados, en la democracia y la ciudadanía son:
-El creciente poder de las corporaciones multinacionales y la instalación de monopolios que controlan los mercados financieros mundiales,
-El fortalecimiento de los poderes económicos, independientes de los poderes políticos,
-La construcción de poderes supra-estatales, alejados de la ciudadanía y de su control democrático, que fabrican normativas de obligado cumplimiento,
-El vaciamiento de poder de instituciones inter-estatales como las Naciones Unidas,
-La existencia de monopolios tecnológicos sólo accesibles a Estados poderosos y ricos,
Tal vez, uno de los críticos más radicales a la actual globalización sea Ignacio Ramonet. Visualiza que el Estado ya no controla los cambios ni los flujos de dinero, de informaciones y mercancías, y sigue ocupándose a pesar de todo en la formación de los ciudadanos y del orden público interior, dos misiones muy dependientes de la marcha general de la economía. El Estado ya no es totalitario, pero la economía en la era de la mundialización, tiende cada vez más a serlo Los regímenes globalitarios de Ramonet no admiten ninguna otra política económica, dejando los derechos sociales del ciudadano abandonados a la razón competitiva. Los mercados nacionales, uno de los fundamentos del Estado-nación han sido aniquilados por la mundialización. Ello supone que el Estado no tiene ya medios para oponerse al mercado. Así la realidad de un nuevo poder mundial escapa al control de los Estados. El rumbo del mundo en manos de poderes invisibilizados por su dimensión centrífuga e irresponsables en términos democráticos, es la peor de las alternativas.
El progresivo debilitamiento del Estado es para Ramonet una desgracia que afecta a la democracia y modifica los escenarios de la lucha por la transformación social. El encontronazo inevitable entre capitalismo y democracia ya se está produciendo. Para otros autores, la pugna entre globalización y soberanía de los Estados no ha librado aún las batallas decisivas. De todos modos la pérdida de soberanía nacional afecta muy desigualmente a los Estados. El discurso neoliberal esconde el hecho de que tras el “beneficio general del poder del mercado” hay Estados ganadores, como por ejemplo Alemania.