Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Lanzó un huracán de imágenes de múltiples significados con significados de los significados.
Lo conocí en la pared de la Casa del Escritor, en una galería de fotos de poetas. Allí estaba Roger, joven poeta, apacible, con una sonrisa oculta, mirando y remirando a los que lo mirábamos.
Roger Guzmán nació poeta en la Casa del Escritor de Los Planes de Renderos. Durante la presentación de su poemario «Óxído, pena y verdugo» (2016). Recordó al escritor Rafael Menjívar Ochoa, primer director de la Casa del Escritor hasta 2011, quien en sus talleres de poesía, lo orientó en su inquietud literaria. Fue su maestro, por supuesto que respetó su original vertiente de creatividad.
También nos relató la tristeza que vivió en el primer período presidencial de este siglo. Sintió que se movía en un mar de pobreza. Miraba a un lado y observaba pobreza, al otro lado, más pobreza. Estaba hundido en el peor período gubernamental del siglo XXI. Después agregó su impacto al separarse de su primer amor por desamor, le quedó un hijo que ya es adolescente.
Permaneció paralizado, sin trabajo, hasta que surgió la «luz de mis ojos», como dice a su amada que le ha dado un bebé. Así renació entre las huellas de una realidad espantosa.
Leyó su poema «El final de una historia» que inicia así: «Tengo el final de una historia en la deformidad de mis huellas/ los huesos de las telarañas en la osamenta de los siglos…», y así continúa hasta completar 98 versos.
Finalizó cansado como si hubiese corrido los 1,500 metros. Los escuchantes quedamos suspendidos, en silencio, y el poeta esperaba algo. Rompí ese silencio: Inicié el aplauso que contagió a los demás.
–Tu poema –le dije– me pareció un huracán de imágenes, versos tras versos, significado tras significado. Una montaña de significados.
Él asintió con una sonrisa. Leyó otro, pero conservando la misma intermitencia de versos, con un fondo profundo. Se lo celebramos.
Enseguida leyó «El señor de los ejércitos», una catarata de versos impactantes, y entró su bebé llorando, lo buscaba, el poeta no suspendió su verbo, lo tomó con un brazo como un padre amoroso, el niño seguía llorando, y los versos no paraban, iba cuesta abajo, la inercia verbal lo empujaba. El niño calló, quizás admirado por la fortaleza de su padre que lanzaba versos y versos, me pareció que se iba a desmayar hasta que finalizó…«Como el azul desgarrado por la oración de la niebla», entre sonoros aplausos.
Me atreví preguntarle: ¿Por qué los poetas jóvenes solo le cantan a la angustia, a la muerte, al pesimismo, y no a la alegría de vivir, al optimismo? Roger me aclaró que los poetas jóvenes de este siglo, ante la terrible realidad constituyen la generación del desencanto, de la desesperanza.
Otro poeta intervino y dijo algo así: Nosotros los jóvenes así vemos la realidad y esa es nuestra «expresión», la expresión de la poesía de nosotros los jóvenes.
–Me parece –le repliqué– que discriminas a los mayores que también tienen su «expresión», incluidos los novelistas.
–Pero en la poesía hay emociones y en las novelas, no, narran situaciones.
–También las novelas desencadenan emociones –le aclaré–. Los lectores lloran, patalean, critican, dialogan con las obras. Las emociones no son exclusivas de la poesía, están presentes en todos los géneros literarios.
Continué dialogando con Roger Guzmán. Nació en San Salvador en 1981. Incluido en antologías nacionales e internacionales. Ha publicado «Un sitio sin lugar», 2010, y «Me ahogo, me ahogo, me ahogo», 2015. Además tiene muchos poemas ocultos, de sentimientos románticos dedicados a la «luz de mis ojos».
Roger es el poeta de la intermitencia, del rebote perpetuo. No es redundante. Es un fotógrafo que capta mil imágenes en un instante. No es automático ni casi automático. Cada clic está consciente. Que su pluma sea un relámpago es una virtud que lo vuelve original.
¡Bravo, Roger, adelante!