German Rosa, s.j.
¡ Gracias a Dios! todos los años celebramos y festejamos la Navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Este acontecimiento trascendental es de suma importancia en la historia de la salvación. Y podemos festejarlo con la familia, las amistades y las personas conocidas. Pero, ¿es posible banalizar este acontecimiento salvífico? ¿Podemos convertir la Navidad en una rutina más como celebrar la liga nacional, la final de la Eurocopa, el mundial de fútbol, etc.?
Trataremos de beber del agua del pozo y del manantial de la espiritualidad que nos regalan Mons. Romero y el papa Francisco para renovar el sentido de la Navidad. Hay cosas importantes en común entre Mons. Romero y el papa Francisco. Ambos son latinoamericanos, han nacido y crecido en esta cultura tan rica y tan diversa. Ambos han vivido su vocación humana y cristiana al servicio de los demás, especialmente amando y sirviendo a los pobres, los humildes y los sencillos. Ambos han dado testimonio de su ministerio sacerdotal y episcopal como auténticos hermanos de los demás. Ambos han vivido el cambio y la renovación del Concilio Vaticano II y sus aplicaciones en América Latina de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla. Ambos tienen una experiencia común de la espiritualidad de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Ambos son símbolos universales de humanismo y espiritualidad cristiana. Retomamos la homilía de Mons. Romero de la Navidad de 1979 y también la homilía del papa Francisco de la Navidad del año 2016. Beberemos del pozo de su experiencia espiritual que hunde sus raíces en la cristología bíblica y la teología, tal como se expresa en las homilías de ambos hombres de Dios. Retomamos estas homilías porque comentan los mismos textos bíblicos en ambas fechas: Is 9,1-3.5-6; Sal 95/96; Ti 2,11-14 y Lc 2,1-14.
1) La esperanza del niño Jesús
Mons. Romero empezó su homilía aquel 24 de diciembre de 1979 con estas palabras: “Los felicito no solo porque es Navidad sino porque son valientes. Mientras mucha gente tiene miedo y cierra sus puertas y hasta muchos de nuestros templos se dejan vencer de la psicosis, la Catedral abierta es imagen de una confianza y de una esperanza en el Redentor que nos nace”. Mons. Romero no oculta que se vive en ese contexto, una crisis política y de confrontación armada en el país, tiempos difíciles de persecución y martirio.
Sin embargo, la Navidad es una fiesta que se celebra con alegría. La historia se renueva con la memoria del nacimiento del Niño Jesús. No se puede hacer un recuento de tantos cambios profundos en la historia desde que nació Jesús. Y es una buena noticia que hace renacer la esperanza haciéndonos descubrir que los sufrimientos pasarán. Mons. Romero lo dijo así: “Cómo quisiera gritar yo sobre todos los campos de El Salvador esta noche la gran noticia de los ángeles: ‘¡No teman, ha nacido un Salvador!’ Lo que ahora parece insoluble, callejón sin salida, ya Dios lo está marcando con una esperanza. Esta noche es para vivir el optimismo de que, no sabemos por dónde pero, Dios sacará a flote nuestra Patria, y en la nueva hora estará siempre brillando la gran noticia de Cristo que hace nuevas todas las cosas y que cuando envejecen los períodos, las edades, siempre flota la gran noticia, la gran renovación del Espíritu de Cristo que ya injertó para siempre desde aquella noche que estamos conmemorando hoy”.
También el papa Francisco nos subraya la importancia del nacimiento del Niño Jesús: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Ti 2,11). La Navidad es una fiesta y una noche de alegría porque conmemoramos que Dios, el Eterno, el Infinito, como dice el Papa, es Dios con nosotros.
Por eso no debemos buscarlo en el cielo, porque Dios está cerca y se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que la ha hecho suya.
La Navidad es la noche de la luz, que iluminará a quien camina en las tinieblas, y esta ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (Cfr. Lc 2,9).
2) Los pastores lo encontraron en un pesebre
El Salvador del mundo nació en un pesebre, pobre como el más pobre de los pobres. Y Mons. Romero subrayó: “Cristo, el más pobre, envuelto en pañales, es la imagen de un Dios que se anonada. Lo que la teología llama la kenosis: el Dios que se vacía de toda su gloria para aparecer esclavo y dejarse luego crucificar y ser sepultado como un malhechor”. Y él explica que a Cristo no se le encuentra en la opulencia del mundo, entre las idolatrías de la riqueza, entre los afanes del poder, entre las intrigas de los grandes. Por eso mostró en su reflexión que habría que buscarlo entre los niños desnutridos que se acuestan en la noche sin comer; entre los pobrecitos vendedores de periódicos que duermen arropados en los portales; entre los lustradores, etc. Dios ha asumido el dolor de la humanidad, el sufrimiento, la cruz. No hay redención sin cruz. Pero el mensaje de la redención lo expresó Mons. Romero como totalmente contrario al conformismo y a la pasividad: “Dios reclama justicia pero le está diciendo al pobre como Cristo al oprimido, cargando con su cruz: salvarás al mundo si le das a tu dolor no un conformismo que Dios no quiere, sino una inquietud de salvación, si mueres en tu pobreza suspirando por tiempos mejores haciendo de tu vida una oración y acuerpando todo aquello que trata de liberar al pueblo de esta situación”. Así exalta el sentido del sufrimiento humano, porque el nacimiento de Cristo ha enseñado a los empobrecidos, a los mesones, a los cortadores de café en las noches frías, a los algodoneros en los días de calor ardiente y a toda la humanidad que todo tiene un sentido. El sufrimiento redentor tiene un valor divino. Mons. Romero lo dijo con estas palabras: “Como quisiera que nosotros mismos, que estamos haciendo esta reflexión, le diéramos a nuestros pequeños o grandes sufrimientos un valor divino. Que desde esta noche intensificáramos nuestra intención de ofrecer a Dios lo que sufrimos. Que se convierta junto al sacrificio del altar en hostia que redime y santifica nuestra vida, nuestro hogar, nuestra sociedad”.
En esta homilía Mons. Romero nos hizo sentir que el nacimiento del Niño trajo la novedad a la historia, a nuestra vida, a El Salvador, al mundo entero, y a la creación. El Niño que fue envuelto en pañales nació en un pesebre para darle sentido a la pobreza, al dolor, al sufrimiento. El Niño Jesús nos hace descubrir una vez más que nuestro destino es la gloria de Dios en lo más alto del cielo, como cantaban en coro los ángeles el día de su nacimiento.
El papa Francisco también centró su homilía en la sencillez y la fragilidad del Niño recién nacido en el pesebre, la dulzura de verlo recostado, la ternura de los pañales. Allí está Dios. El Papa lo dijo con estas palabras: “Y con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde Él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios, la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida”. El Niño del pesebre hoy nos interpela en los niños de los refugios protegiéndose de los bombardeos, los niños de las aceras de las grandes ciudades, o en las barcas repletas de migrantes. El Papa nos invita a dejarnos tocar el corazón por los niños que no les dejan nacer, también por los que lloran porque no tienen qué comer, por los que no tienen juguetes en sus manos, sino armas.