Si la muerte nos dejara otra primavera
Carlos Balaguer
Dirección de Publicaciones.
Ministerio de Educación.
El Salvador, 1980.
pp. 119.
Álvaro Darío Lara
Hace unos meses releímos la novela del escritor y artista Carlos Balaguer (1952) titulada: «Si la muerte nos dejara otra primavera», editada por la Dirección de Publicaciones de aquel entonces, cuando dependía del Ministerio de Educación.
En la contraportada, escritores de la talla de Matilde Elena López, Rolando Elías y David Escobar Galindo, formulan comentarios halagadores para el texto. Y no es para menos, contando con apenas veintiocho años de edad, Balaguer, publica su primera novela, dotado de un dominio técnico de la lengua escrita, que viene aquilatando desde su adolescencia.
La novela está ambientada –si deseamos ubicarle un contexto geográfico y socio-histórico- en el país, durante las seis primeras décadas del pasado siglo. Pero esto se queda cortísimo. Ya que toda su ambientación, más literaria, transcurre en los planos de la gran ficción sobrenatural, donde los espíritus, las presencias que deambulan por la «casa» (corazón de los extraños sucesos), se funden y confunden en ríos de historia familiar y nacional, donde no son extraños, personajes, claramente identificables: «Los años corrían en los expedientes. Un brote epidémico de viruela asoló repentinamente las calles de la ciudad. La decisión gubernamental –a criterio de alta teosofía del señor presidente- fue no poner en práctica las medidas anti epidémicas modernas ni aceptar la ayuda de organismos internacionales de salud. Para contrarrestar la peste y purificar el ambiente se mandó a forrar con papel celofán de color los faroles del alumbrado público» (p. 80).
Asimismo, el 32 emerge con toda su crudeza: «De esa manera fue pasando todo sobre aquella tierra irredenta castigada por las pestes, por los terremotos, la represión, cuando no por las plagas internacionales, por la asfixiante sistemática económica de otras naciones dominantes o por la misma dominación criolla. Aún se recordaba el fusilamiento de los líderes de la rebelión y la matanza de finqueros de occidente, cuando llegó la peste del colerín entre el murmurar funesto de los consejos de guerra. La muerte uniformada barrió con todos los sospechosos» (p. 81).
Esta novela de Carlos Balaguer, atrapa, en su factura breve, pero de gran concentración estilística y emotiva. Lucio, uno de sus personajes centrales, a través del cual, se vertebra una trama que circula en todas las páginas, como una agitadísima serpiente, habla con uno de los muertos disecados, que siguen habitando la casa: «Se acercó con torpeza hasta Esther, la mujer del extremo derecho. Una peineta de oscuro carey se enterraba en su cráneo. -¡Pobre Doña! Su destino fue irreversible. Nació puta igual a la madre y con esos deseos profundos de olvidar. ¡Parece mentira! Usted que amó las tardías ilusiones luce un tanto desmejorada, aunque permanezca tras la ventana cuadrada de su indiferencia. Pero, dígame, y esa… cajita de encajes antiguos que tiene en sus difuntas manos… ¿qué significa? ¿Piensa acaso, tejer con sedalina en el misterio de la tarde lo que otras amantes destejieron en otras esperas?» (p. 16).
Esta novela de Carlos Balaguer, se inscribe en esa corriente latinoamericana donde la sub realidad mágica, deslumbrante, del entorno exterior, y del interior de sus personajes, forman un particularísimo universo donde todo es posible, y donde el sueño y la realidad, parecen no tener fronteras en la plenitud y en la crueldad.
Un texto narrativo, que bien pudiera republicarse por nuestra editora nacional, ya que andando el tiempo ha cumplido exitosamente, la prueba no siempre superable, de la calidad, intrínseca, a las verdaderas obras literarias.