Por: Ricardo Ayala,
Secretario Nacional de Educación Política e Ideológica del FMLN
El escrutinio final de las elecciones presidenciales y legislativas ha concluido bajo la infalible lupa de la opinión pública por todos los señalamientos de amaños y procedimientos fraudulentos, motivados por el oficialismo y su candidato inconstitucional para erigirse como amo y señor absoluto de El Salvador. Los resultados no distan de los augurados por este, gracias al trabajo expedito del Tribunal Supremo Electoral (TSE), el cual se esforzó por cumplir a cabalidad un patético papel.
A tal grado ha llegado el descarado fraude que distintos partidos opositores al gobierno, incluyendo al FMLN, se han apersonado a exigir la nulidad del escrutinio final. Pero, evidentemente este sumiso Tribunal denegará estas exigencias y fallará a favor de la caterva política gobernante. Entonces, ¿cuál es la reflexión que se deriva de estos resultados?
Desde finales de la guerra, en 1992, el FMLN no se enfrentaba a un escenario muy particular: por primera vez, en 32 años de lucha política electoral, el FMLN no tendrá representantes en la Asamblea Legislativa. Para la mayoría de la población, el estamento político nacional, la izquierda local y un porcentaje de su misma militancia, este es un acontecimiento inédito, que genera comentarios, dudas, interrogantes y análisis de la más variopinta connotación.
Para el oficialismo, esta es la mayor victoria que creen saborear; para la derecha recalcitrante, este es el espejo donde escaparon de verse; para el progresismo y la izquierda light, esta es la muerte política y la oportunidad de llenar el aparente vacío que deja el FMLN. Si comprendieran estos actores políticos que esta fuerza política fue capaz de abrirse paso en medio de una cruenta dictadura militar a través de una lucha guerrillera sin contar tan siquiera con un funcionario público, entenderían la convicción y decisión de vencer que sustenta acción política.
La incursión del FMLN guerrillero en la vía electoral no fue una elección a placer en aquel momento, sino como resultado de la adecuación de su estrategia para consumar la revolución, pero esta vez por la vía política legal ante el empate técnico contra la dictadura militar y la oligarquía gobernante. Que ahora la misma democracia representativa imposibilite tener representación legislativa, no significa ni el fin del único partido de izquierda, ni su incapacidad práctica.
Muy por el contrario, esta es quizás una oportunidad sin precedentes que la izquierda tiene para recuperar al FMLN como instrumento de lucha revolucionario, mellado por los efectos directos de la democracia representativa y por el desmontaje ético e ideológico que sufrió su conducción, como consecuencia de su vaciamiento en la función pública.
Sufren, quienes quizás ven imposibilitados sus anhelos de carrera profesional como funcionarios públicos, o quienes no tienen registro ni memoria histórica de la lucha política que este pueblo ha vivido, al margen de la función pública. Ni Anastasio Aquino ni Farabundo Martí, ni Prudencia Ayala ni Mélida Anaya Montes, requirieron una curul en Asamblea Legislativa para emprender la lucha política. Antes de 1992 los únicos momentos de la historia salvadoreña donde los sectores populares tuvieron oportunidad u ocuparon cargos públicos fue en las elecciones de 1932, cuando el Partido Comunista de El Salvador participó legalmente y algunos de sus candidatos a alcaldes vencieron en sus municipios, principalmente en el occidente del país, los cuales fueron motivos de represión y muerte ordenada por el dictador de turno. Y la otra ocasión fue cuando el Partido Comunista nuevamente eligió clandestinamente a diputados bajo la bandera del UDN, entre 1972 y 1976.
No es pretensión desmeritar el peso de las cuotas de poder estatal; por el contrario, es de recordar que la lucha política en esta coyuntura histórica es principalmente por la disputa del control del Estado sólo que, a diferencia de la derecha, la izquierda debe gestionarlo a favor de los trabajadores y trabajadoras y no para fines de privados ni empresariales. Precisamente, estas tres décadas en que la izquierda aglutinada en el FMLN logró importantes cuotas de poder deben examinarse rigurosamente a la luz de sus objetivos programáticos para determinar en qué medida se acercó o alejó de su cumplimiento, y si no lo hizo, cuáles fueron los motivos o razones y qué debe hacer para realizarlos.
Este es un primer paso para la refundación del FMLN como instrumento revolucionario. La otra tarea pasa por volcar al partido al trabajo organizativo en el corazón del pueblo, volver a sus raíces y donde se forjó como instrumento de lucha. Esta vez, sin excusas y sin utilitarismo proselitista de ir cada tres o cinco años a pedir el voto. Es volver al pueblo. Esta es la oportunidad de oro.