Luis Armando González
En la sociología y la ciencia política el tema del Estado es uno de esos temas gruesos, que siempre desafía a la reflexión. Con la ola neoliberal de los años ochenta y noventa, la discusión seria y rigurosa sobre el Estado fue dejada de lado en distintos ámbitos académicos, en los cuales se reflejaban las prácticas encaminadas a reducirlo (hacerlo más pequeño o eliminarlo) que se realizaban en el ámbito público.
Pese a ello, el tema siempre siguió vivo, aunque fuera en lo márgenes de la discusión académica. Y, por supuesto, el Estado resistió, con desigual éxito, según los distintos países, la ofensiva neoliberal tendiente a desarticularlo e incluso a eliminarlo.
Ahora bien, en estas dos primeras décadas del siglo XXI, el debate sobre el Estado vuelve a ponerse a la orden del día. Y lo hace retomando una tradición sociológica y política que se vio interrumpida no sólo por la ofensiva neoliberal de los años ochenta y noventa, sino por el derrumbe del muro de Berlín, la disolución del bloque del Este y el colapso de la URSS: la tradición marxista.
Se tiene que decir, ante todo, que en la obra de Karl Marx (1818-1883) se -dibuja una aproximación al tema del Estado absolutamente moderna, es decir, una aproximación en la que se reconoce al Estado capitalista como una esfera autónoma (“relativamente autónoma”) de las otras esferas que integran un orden socio-histórico: la “esfera económica” y la “esfera ideológica” (que con justicia se puede entender como una “esfera cultural”).
La visión predominante anterior a Hegel –de procedencia contractualista— tendía a identificar Estado y sociedad: el contrato social era establecido por los individuos para formar un Estado, antes del cual no formaban cuerpo social alguno, sino que más bien estaban en una guerra de todos contra todos. En todo caso, si se aceptaba la existencia de un orden social distinto del Estado, el mismo era una creación ulterior de este último; primero se constituía el Estado y luego se creaba la sociedad, en virtud de un contrato del cual aquél era el garante último.
Marx, siguiendo a Hegel –como él mismo lo reconoce en distintos textos— no acepta ni que la sociedad sea igual al Estado ni que éste sea el creador de aquélla. Antes bien, sucede lo contrario: siguiendo a Hegel, para Marx la “sociedad civil”, como ámbito de las relaciones familiares, la actividad práctica económica y el intercambio (la sociedad civil como el “verdadero hogar y escenario de toda la historia”1) es históricamente anterior al Estado, siendo este último una derivación de los dinamismos que se generan en ella. Estos dinamismos son los dinamismos de clase, cuya raíz está en el proceso de producción material.
Es decir, “la organización social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino como realmente son… tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad”2.
En la perspectiva de Marx, el Estado surge cuando se configuran las clases sociales (cuyo anclaje está en la base económica de la sociedad), una de las cuales –la dominante—necesita de él para mantener su dominio sobre las clases subordinadas. El Estado, en este sentido, es un “instrumento” de dominación; un instrumento al servicio de la clase dominante.
“La burguesía –dice Marx en La ideología alemana—, por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a organizarse en un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a su interés medio unas forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de organización a que necesariamente se someten los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses… Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de una época, se sigue de aquí que todas las instituciones comunes tienen como mediador al Estado y adquieren a través de él una forma política. De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la voluntad libre. Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley”3.
Pero el Estado, en Marx, no es un todo uniforme, sino que consta de dos momentos: (a) el legal, formado por un corpus juridico-normativo mediante el cual se legaliza (y legitima) la desigualdad de clases existente en la esfera económica (y en el cual los desiguales aparecen como iguales); y (b) el coercitivo, que entra en acción, apelando a los recursos de fuerza que monopoliza el Estado, cuando la ley falla en su función de mantener resguardados los intereses de la clase dominante.
Así pues, el Estado es una pieza fundamental en la dominación de una clase sobre el resto de la sociedad. También lo es la ideología, pues para Marx –en la célebre definición ofrecida en La ideología alemana— la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. O como él lo dice, “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”4.
Por eso, la lucha contra la dominación se libra –además de en el terreno ideológico—, en el plano político, en contra del Estado y por su control, siendo esto último clave en un proceso de cambio revolucionario. Porque “toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione
En la visión de Marx, una de las vías posibles para hacerse del control del Estado es la vía democrático-electoral, pero ella se enmarca en la legalidad burguesa y, en consecuencia, está limitada por ella y –como dice él en la Crítica al Programa de Gotha— por su “letanía democrática”: sufragio universal, legislación directa, derecho popular y milicia del pueblo5. La otra vía es la revolucionaria, que supone el asalto violento del Estado por parte de la clase proletaria organizada en un partido comunista. Este asalto es necesario para que la clase en ascenso subordine el aparato estatal a sus propios fines. Dicho sea de paso, Friedrich Engels, en su testamento político, hizo una apuesta por la primera de las opciones apuntadas, abriendo las puertas al desarrollo de la socialdemocracia alemana.
Como quiera que sea, en la perspectiva de Marx, la conquista del Estado por parte de la clase proletaria tiene una finalidad última: conducirlo a su abolición definitiva, lo cual supone la abolición de la raíz económica de las divisiones de clase: la propiedad privada de los medios de producción. En la fase socialista del proceso revolucionario, el proletariado creará –mediante la “dictadura revolucionaria del proletariado”—las condiciones que permitan arribar al comunismo como la etapa más plena del desarrollo histórico de la humanidad, una etapa en las cual las clases sociales habrán desaparecido y, por consiguiente, el Estado será innecesario desde un punto de vista social, político y económico.
en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general”6.
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*Texto modificado de la charla ofrecida por el autor a estudiantes de licenciatura en Sociología de la UES, en el marco del curso “Estado, gobierno y sociedad”. San Salvador, 22 de abril de 2009. Una primera versión de estas ideas se desarrolló en el curso de “Historia económica” impartido por el autor en la UCA, en el primer semestre de 2009.
1 Referencias bibliográficas
Kart Marx, La ideología alemana. La Habana, Pueblo y Educación, 1982, p. 37.
2
Ibíd., p. 25
3 Ibíd., pp. 68-69
4 Ibíd., pp. 48-49.
5 Kart Marx, “Crítica al Programa de Gotha”. En C. Marx, F. Engels, Obras escogidas. Moscú. Progreso, p. 342.
6 Ibíd., p. 34.