Luis Armando González
Cada vez me es más difícil hacer comentarios sobre las encuestas de opinión que se elaboran y difunden regularmente en El Salvador. Y ello por la sencilla razón de que tiendo a repetirme. Es decir, ante un estilo de hacer encuestas de opinión que repite –a mi juicio y desde criterios científico sociales–, fallas extraordinarias, me parece pérdida de tiempo volver sobre los mismos tópicos una y otra vez.
Es la de nunca acabar, pues quienes hacen encuestas de opinión continuarán repitiéndolas con el concepto de siempre, y de poco sirve tomarse en serio a quienes, por lo general, no lo hacen consigo mismos. Desde hace ya varios años, me he convertido en un escéptico acerca de la utilidad de ese instrumento cuando se violentan criterios básicos que debilitan extraordinariamente su alcance para acercarse a esa parcela de la realidad social –compleja, a veces volátil, manipulable e imposible de medir rigurosamente— como lo son las percepciones ciudadanas.
Y vaya que es importante tener un conocimiento lo más certero posible –tal es la aspiración de cualquier ciencia— de los fenómenos de la realidad social y natural. Las percepciones (lo mismo que las ideologías, las mentalidades y las cosmovisiones) son un fenómeno de obligado interés paras las ciencias sociales, pues los comportamientos y las acciones humanas están íntimamente vinculadas a aquéllas.
Las encuestas de opinión, usadas con rigor y conciencia de sus limitaciones, son un buen recurso para obtener información de esas percepciones, en cuanto que son sus mismos portadores los que nos hablan de ellas. Eso sí, nunca debe perderse de vista de que lo que se está explorando (y aquello sobre lo que se está buscando evidencia) es de las percepciones de los individuos y no de la realidad que está más allá de esas percepciones, la cual se debe explorar usando otros instrumentos metodológicos.
De hecho, lo importante es hacer el cruce entre las percepciones de la gente y las dinámicas (políticas, económicas, sociales, culturales) que están más allá de las percepciones, y con las cuales seguramente no tendrán coincidencia porque suele darse una distorsión (mayor o menor) entre lo que las personas creen y la realidad.
Craso error ese de tomar las percepciones de los individuos como un reflejo de la realidad o, en la misma línea, eso de analizar la realidad económica, social, política o cultural a partir de lo que las personas opinan. No está bien convertir un objeto (problemático) de investigación –como lo son las percepciones ciudadanas— en punto de apoyo para analizar la realidad y determinar cuáles son sus dinámicas.
Craso error ese de indagar, partiendo de las percepciones de la gente, sobre dinámicas de la realidad que pueden ser examinadas a partir de fuentes más firmes y confiables. Por ejemplo, en la última encuesta de la UCA (“Los salvadoreños evalúan la situación del país a finales de 2016”, Boletín de Prensa XXXI, No. 1), se sostiene que “el 71.2% asegura que la migración de salvadoreños hacia el exterior aumentó durante 2016”.
Eso no significa nada en términos de la dinámica de la migración, al igual que si se hubiera obtenido el resultado opuesto. Si se quiere saber de migración mala idea esa de hacerlo a través de percepciones ciudadanas: es más directo ir a las estadísticas de migración y si se quiere ser más riguroso se pueden ubicar investigadores en los puntos fronterizos para hacer una contabilidad, usando naturalmente herramientas de cálculo estadístico.
Este mismo juicio vale para los tres resultados que aparecen en recuadro en la primera parte de la encuesta citada: “el 58.4% de la gente piensa que la situación del país empeoró durante 2016”, “el 63% de la población opina que la delincuencia aumentó con relación al año anterior” y “el 45.8% cree que la economía del país empeoró”.
Tomar esas apreciaciones como descripciones de la realidad es ilícito: son opiniones que se derivan de las preguntas que se hicieron acerca de realidades que van más allá del campo de conocimiento de la gente. Para conocer esas realidades (la economía o la violencia) hay que revisar indicadores más firmes que las percepciones de la gente, y cruzar unos con otros. Igual argumento sostendría si en los últimos tres casos la opinión de la gente hubiera sido la opuesta: se trataría de opiniones que me revelan más (mucho más) de lo mal informada que están los ciudadanos, que de la realidad.
Es como si, alguien interesado en la astronomía, hiciera una encuesta de opinión y preguntara a las personas por la situación actual del sistema solar y su futuro. O alguien interesado en la evolución hiciera una encuesta de opinión y preguntara a la gente por el valor de la teoría de la evolución comparada con las afirmaciones de la Biblia (o con el creacionismo).
Las personas dirán lo que quieran sobre ello, y conocer su opinión puede ser relevante para conocer su subjetividad, ideas, valoraciones, pero no para conocer la dinámica planetaria o la dinámica biológica. Y si a quienes creen en el creacionismo se les pide que califiquen a los científicos (biólogos), seguramente, además de ponerles un 4 de nota, los van a considerar las personas más ignorantes y tontas de la tierra.
A propósito de esto último, dos interesantes libros –El pensamiento secuestrado, de Susan George, y El canon. Un viaje alucinante por el maravilloso mundo de la ciencia, de Natalie Angier, anotan cosas bien significativas acerca de las creencias religiosas en EEUU. Haciendo referencia a una encuesta realizada en 2004 por ABC News, escribe Susan George:
“Con un margen de error de tres puntos porcentuales arriba o abajo, la encuesta mostraba que todo un 61% de los estadounidenses cree que el relato de la creación contenido en el libro del Génesis ‘es literalmente cierto; es decir, que ocurrió palabra por palabra (…)’. El 60% cree en la historia del diluvio universal y el arca de Noé” (p. 208).
Por su parte, Natalie Angier apunta lo siguiente:
“La campaña contra el darwinismo [en EEUU] ha sido lo suficientemente exitosa como para plantar la semilla de la duda en muchas mentes. En un reciente sondeo que hacía eco de los resultados de los estudios realizados en las dos últimas décadas, sólo el 35% de los estadounidenses estaba de acuerdo con la siguiente afirmación: ‘la evolución es una teoría científica bien respaldada por las pruebas experimentales’” (pp. 224-225)1.
Sería absurdo, a partir de expuesto por Susan George y Natalie Angier, concluir que el creacionismo es una realidad y que la evolución de las especies es una ficción, y que los biólogos evolutivos deben renunciar a sus conocimientos científicos y adscribirse a la “verdad” de las creencias populares. También lo sería concluir que las políticas de salud, basadas en la física, la química y la biología, no tienen ningún sentido y que lo mejor es renunciar a ellas. O concluir que los maestros que enseñan biología evolutiva en las aulas deben sentirse avergonzados por hablar algo que no es real, según las opiniones populares.
Por otro lado, si se entiende bien que una encuesta de opinión lo que indaga son percepciones individuales, las preguntas que se hacen no deben tomarse a la ligera, y deberían apuntar al ámbito de conocimiento y de experiencias de las personas. No es legítimo hacer preguntas que excedan ese campo de conocimiento y de experiencias (y que seguramente las personas responderán según las corrientes de ideas predominantes y no según su marco de vida más inmediato).
Así, una cosa es preguntarle a alguien si algún pariente o amigo ha emigrado, que preguntarle si en el país la migración ha aumentado o disminuido, y lo mismo aplica a preguntas de tipo económico o de seguridad. Una pregunta por si ha habido o no mejoría económica personal o familiar es distinta a una pregunta concerniente a las perspectivas económicas del país: es probable, sin hacer encuesta alguna, que los entrevistados en su mayoría respondan que son malas o regulares.
Y es que en las preguntas de las encuestas están las trampas. Porque la gente responde lo que le preguntan, y muchas preguntas están en sintonía con un clima de ideas predominante.
Eso no es nuevo. Y era lo que Ignacio Martín-Baró quería encarar con recursos científicos. Es decir, las percepciones ciudadanas deben ser sometidas a una crítica, no ser endiosadas. El vox populi, vox Dei no existe en las ciencias sociales.
Por último, las extrapolaciones fáciles también deben ser enjuiciadas críticamente. Si se recoge información –con rigor o no— sobre lo que opinan 1200 personas, hay que tener la precaución de decir que es a esa muestra que se refieren los resultados, y que probablemente eso aplique también al universo más amplio de donde fue tomada la muestra.
Esto se olvida con frecuencia, atribuyendo a quienes nunca fueron consultados, con seguridad absoluta, valoraciones que nunca hicieron.
En fin, es alucinante la forma cómo un instrumento de investigación tan sutil (con muchas virtudes, pero también con defectos) terminó siendo una herramienta casi inservible. Inservible porque no nos ofrece conocimientos nuevos. Más de lo mismo, en prácticamente todas las encuestas que se hacen en el país. Y si una dinámica (en este caso de percepciones) puede ser anticipada sin hacer una encuesta, o si una encuesta me ofrece más de lo mismo, el instrumento ha dejado de ser útil.
1. En un sondeo de la Gallup divulgado en Internet se encuentra lo siguiente: Una nueva encuesta de Gallup revela que el 40% de los estadounidenses creen que los humanos fueron creados por Dios en los últimos 10 mil años. El número está un poco abajo del récord anterior de 47% en encuestas de 1993 y 1999.