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Una semana intensa

José M. Tojeira

La semana posterior a las elecciones, healing cialis incluidos estos días, ha sido intensa. Si la campaña previa fue débil, plagada de insultos y generalidades, estos días han puesto en cuestión la calidad de nuestra democracia. Y no por el comportamiento de los salvadoreños en el momento de las elecciones, que muy mayoritariamente acuden pacífica y ordenadamente a votar. Sino por los fallos del Tribunal Supremo Electoral, que nos ha dado un terrible espectáculo de imprecisión y contradicciones. Culpar de todo el problema a la Sala de lo Constitucional resulta un tanto ridículo. Pues aunque la medida tomada por los jueces fue en realidad extemporánea y creadora de dificultades, hubo posteriormente tanto decisiones como faltas de previsión del Tribunal Supremo Electoral que generaron el espectáculo de desorden que hemos sufrido hasta ahora.

Solamente nos queda corregir errores, dar información trasparente y aprender para las próximas elecciones. Y mientras esto pasa continúan otros factores marcando la intensidad de nuestros días. La democracia formal, debilitada con este tipo de proceso, hace con frecuencia que olvidemos la democracia real, como convivencia entre personas que parten de la igual dignidad de todos y establecen los parámetros de esa dignidad en leyes, instituciones y comportamientos. Nos indignamos con los fallos de la formalidad democrática y tenemos razón en ello. Pero perdemos la razón cuando esos fallos es lo único que vemos. Porque probablemente esos fallos, a pesar de los errores del Tribunal, hubieran sido menores si nuestro pueblo tuviera niveles educativos más altos. Cuando los entendidos en desarrollo nos dicen que para salir del subdesarrollo un país debe tener aproximadamente un setenta por ciento de su ciudadanía con nivel educativo de bachillerato, pensamos solamente en los niveles económicos de los países desarrollados. Pero el desarrollo es algo más. Es saber gestionar la dificultad, superar los problemas, advertirlos a tiempo, criticar profundamente a quienes generan problemas a la ciudadanía. Y hacerlo de tal manera que los mismos políticos se limitan a la hora de generar errores por miedo a la opinión pública, mucho menos manipulable que la de un país subdesarrollado. La dimisión de quienes cometen errores de peso, dicen mentiras o estupideces en público, o simplemente muestran incapacidad de gestión ante los problemas, es una decisión frecuente y común en el mundo con desarrollo. En nuestros países para que un funcionario incapaz dimita suele costar un mundo si el propio partido lo protege. Echar siempre la culpa al otro, polarizar la opinión pública y negarse a admitir los propios errores suele ser uno de los problemas más frecuentes del subdesarrollo, independientemente del color partidario que esté en el poder.

Y así vamos olvidando los temas de fondo. En esta semana se celebró el día internacional de la mujer. Un tema cuya intensidad tiene una enorme relación con la democracia, pero que no solemos debatir. Y menos cuando la formalidad de la democracia en crisis nos hace olvidar los problemas reales de nuestra democracia. ¿Ha crecido la representación femenina en la Asamblea? Sin duda es una pregunta que no ha inquietado a la sociedad política, cuando en realidad debía ser una medida fundamental de nuestra democracia. No tiene sentido establecer cuotas de participación femenina en las listas electorales, cuando somos incapaces de ponerlas en las Asambleas o en los consejos, ya sea de ministros o de alcaldías. Seguiremos hablando de la violencia, que permanece rompiendo seguridades y lazos personales y sociales, pero nos cuesta relacionar la violencia intrafamiliar con el crimen diario. Como si los golpes, los gritos y las humillaciones dentro de la familia no fueran semilla de violencia futura, además de otros factores estructurales.

Nos hace falta profundizar nuestra democracia tanto en el aspecto de su funcionamiento formal como en el más estructural y básico que establece la Constitución al hablar del derecho ciudadano al “bienestar económico y la justicia social”. Avanzar en ambas direcciones implica esfuerzos y análisis mucho más cuidadosos que el insulto o la polarización. En un país como el nuestro implica acuerdos y diálogo profundo. Y alarma ver que los grandes medios están más interesados en la “aritmética legislativa” que en las tareas pendientes de la Asamblea a la hora de impulsar reformas estructurales que nos lleven hacia el desarrollo. La simplonería de algunos sectores que reducen el desarrollo a la circulación abundante de dinero, y olvidan la necesaria inversión en la gente, agrava con frecuencia la dificultad de construir acuerdos que lleven hacia la educación de calidad, hacia un sistema único y decente de salud, hacia la consideración de un salario mínimo decente y unificado y hacia la reforma fiscal de fondo que necesita El Salvador para poder emprender el camino hacia el desarrollo. Al final la intensidad de la semana debe volverse acicate para pensar El Salvador y su democracia más a fondo, y no para dejar al país solamente centrado en los fallos de la formalidad democrática, algunos de ellos escandalosos y propios del subdesarrollo.

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