Luis Armando González
En una publicación reciente, troche titulada “¿Por qué el mundo en que vivimos está en un caos incomprensible?” (La Prensa Gráfica, 30 de agosto de 2015), se hace un juicio sobre la secularización a todas luces equivocado. Pero, antes de aportar algunos argumentos en torno al tema, hay que decir que la misma interrogante que se hace el artículo citado se presta a equívocos.
Y es que el supuesto de que el mundo en que vivimos “está en un caos incomprensible” es algo discutible, a la luz de los aportes que las ciencias sociales no ofrecen para su comprensión. De hecho, ahora sabemos mucho –más que lo que se sabía en el pasado— acerca del mundo en que vivimos. No lo sabemos todo, obviamente. Pero sabemos bastante, de tal modo que no se nos presente como un caos incomprensible.
En segundo lugar, si el mundo en que vivimos “está en un caos incomprensible” quiere decir que no hay forma de explicar las razones de ello. Que sea “incomprensible” quiere decir que no lo podemos explicar; pero precisamente esa explicación es la que se busca en al artículo citado antes. Y la razón del “caos incomprensible”, según el autor de la publicación comentada, es la “secularización”. Esta es su afirmación gruesa: “el fenómeno de la secularización que se vive, quitando cualquier señal, signo o presencia de realidades superiores, produce disminución del sentido de lo sagrado, afectando el convivio humano”.
Un poco más adelante, se destaca cómo la pérdida del significado de lo sagrado y de la “presencia de Dios entre los hombres” lleva –-el autor cita a Juan Pablo II— al “culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer”.
Y para rematar: “al romperse el vínculo con Dios, se nota la incertidumbre social, la sociedad se descompone y se desvía para defectuosos derroteros”.
Entonces, al autor puede responder su pregunta acerca de “por qué el mundo en que vivimos está en un caos incomprensible” con la siguiente respuesta: porque la sociedad actual ha roto su vínculo con Dios, siendo la causa de esa ruptura la secularización. De donde se sigue la necesidad vencer el “caos incomprensible” imperante mediante la recuperación del vínculo con Dios; es decir, cristianizando a la sociedad, luchando contra la secularización.
Se trata de un razonamiento no sólo tramposo, en su lógica interna (parte de dos supuestos discutibles y quizás falsos: 1) que el mundo es un caos incomprensible y 2) y que la causa de ello es la ruptura del vínculo con Dios), sino que no hace justicia al significado histórico, cultural y político de la secularización, así como a sus implicaciones científicas, tecnológicas, médicas y sociales.
La secularización reivindica las dinámicas naturales y humanas como distintas y autónomas de las dinámicas del orden divino.
Gracias a ello, hace a los seres humanos responsables de su destino. El mejor impulso a la secularización lo dieron el Renacimiento y la Ilustración, pero se remonta a los presocráticos. Sin una visión secular de la realidad natural y humana no hubieran sido posibles ni la ciencia ni la tecnología ni la democracia. Gracias a la ciencia, la tecnología y la democracia, los seres humanos hemos controlado bastante bien (y mejor que en el pasado) la incertidumbre social y, en alguna medida, la natural. Y bajo su guía hemos caminado por mejores derroteros.
Ahora sabemos, por lo que aportan las ciencias sociales, que hay explicaciones seculares al consumismo, el hedonismo, el culto al cuerpo, las transformaciones en la moral, las mutaciones en la familia, el deterioro del vínculo social, etc. Sabemos que hay mejores explicaciones para ello que apelar a la “ruptura del vínculo con Dios”.
El conocimiento histórico nos enseña que cristianizar no es una solución correcta a problemas que tienen su origen en exclusiones, concentración de la riqueza, pobreza, abandono y ausencia de libertades civiles y políticas. No hubo época más incierta, socialmente hablando, que la Edad Media, y al mismo tiempo más cristiana.
Hacer de la secularización la raíz de los males de las sociedades modernas revela un desconocimiento de lo que ella significó históricamente, de su riqueza e implicaciones ineludibles si se quieren sociedades mejores. Significa también desviar la mirada de las raíces económicas, sociales y políticas de esos problemas.
Hay ámbitos de la realidad natural y social que se gobiernan por mecanismos que es necesario conocer para poder intervenir en ellos: es una gran lección de la secularización que nadie, en sus cabales, puede negar. Crean o no las personas en Dios, no deberían vivir de espaldas a esa lección. Lo mismo que a esta otra: cada cual es responsable de sus propias opciones y decisiones, es decir, no podemos renunciar, como enseño Kant, a ser mayores de edad.