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UNAMUNO Y EL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia

Salvadoreña de la Lengua.

“Escudriñad la lengua; hay dentro de ella,

bajo presión de atmósferas seculares,

el sedimento de siglos del espíritu colectivo”.

Los tres grandes temas de Unamuno, (Bilbao, España, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, España, 31 de diciembre de 1936), el hombre de carne y hueso, la inmortalidad, y el verbo, fueron por él mismo fundidos en un extraño atanor, y de esa trágica síntesis surgió la tragedia, que fue la tragedia unamuniana, y que hoy, pienso yo, es la tragedia de la humanidad: “La tristeza”. Este hombre, amado tanto como odiado, fue presa de ella, y porque la tristeza, como ya he dicho y así lo pienso yo, es la tragedia humana. Si el hombre es “un-no-poder-no” porque no puede evitar sus “situaciones límites”, esa fundamental categoría existencial establecida por Karl Jaspers, el hombre, así como no-puede-no-morir, así como no-puede-no-nacer, así como no-puede-no-optar, tampoco no-puede-no-sufrir, y ello le lleva a esa irreductible e irreversible situación que es la tristeza, propia del ser y no del mero estar. Yo pienso que el hombre salvadoreño es, aquí y ahora, un hombre triste, y ello agobia, porque cuando la tristeza se anida en el ser, se queda para siempre, al margen de cualquier manifestación externa que se pueda tener. Unamuno fue triste, y ¿Cómo no, si el conflicto interior nunca resuelto le llevaba en pasos infinitesimales a esa terrible frustración? Tristes fueron Kierkeegard, y Schopenhauer, y Espinosa…..¿Cómo no lo sería él, que se nutrió de sus expresiones y de sus pensamientos, conciliándolos con su vida misma, y llevándole a escribir obras tan preocupantes como bellas, como “Niebla”, “Vida de Don Quijote y Sancho”, “La agonía del cristianismo”, y sobre todo, “Del sentimiento trágico de la vida”, en donde se agotan esas sus tres grandes preocupaciones nunca resueltas, el hombre, pero el hombre de carne y hueso, la inmortalidad y el verbo?

Pero, ¿Porqué hablar de Unamuno y la tristeza? Veamos: “La tristeza es el precio de la vid consciente”, ha apuntado. Y allí está todo: Si el hombre, por ser consciente es hombre, pues su precio es la tristeza. Revulsivo fatal fue la tristeza para este hombre solo, complejo, confuso en sus actitudes. Y sin embargo, fue el pensador que iluminó la España de comienzos del siglo XX, el grande de la generación del ’98, según muchos han afirmado. ¿Cómo puede el hombre liberarse de la conciencia? ¡Imposible! Y si la tristeza es el precio de la vida consciente, pues triste el hombre, no este, no aquél, todos los hombres, el hombre todo. Triste. Es “la niebla”, decía el vasco reclamante de todo, la tristeza es “la niebla”, allí, medio escondida, medio difuminada, medio oculta; allí, en “la niebla” anida la tristeza, en “la niebla” se esconde la tristeza. “La niebla” es la tristeza, la soledad, la burla, la humillación, la duda de la existencia. “Ahora que vivo es cuando siento lo que es morir…..la ley es siempre triste…..y es más triste un amor que nace…..”.

Este particular filósofo español, cuya vida fue un constante peregrinar entre la indefinición y el sufrimiento interior, ha dicho que “nadie ha probado que el hombre tenga que ser naturalmente alegre”. ¡Qué juicio más tremendo! “La conciencia misma del hombre, continúa, es ya una enfermedad. Por eso, el hombre siempre posee un ‘sentimiento trágico de la vida’ “. Abatido Unamuno por una profunda crisis personal, se refugia fuertemente en su “doctrina del hombre de carne y hueso”, en la búsqueda de una inmortalidad muy especial y propia pues no sólo es del cuerpo sino del cuerpo y del alma, y del poder de la palabra, del verbo. Para él, el hombre es un haz de contradicciones, y el fundamento de su vida es la inseguridad.

Unamuno rechaza la idea de un hombre abstracto, sea este el bípedo implume de la leyenda de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el hombre económico manchesteriano, el homo sapiens de Linneo, o, en todo caso, el mamífero vertical. El hombre es el hombre de carne y hueso, el hombre concreto, no una “vaga humanidad” sino aquel que nace, sufre y muere, el que come y bebe, juega, duerme, piensa, quiere, el de carne y hueso. Y ese hombre de carne y hueso está signado por un “sentimiento trágico de la vida”, enfermo por su misma naturaleza, nunca alegre. ¿Qué otra cosa no es lo anterior sino el exacto reflejo de la tristeza? ¿No es, acaso, el hombre de Unamuno, él mismo incluso, un hombre triste? “El hombre, -dice el gran filósofo vasco-, por ser hombre, -y esto es aquí lo esencial-, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad”. Borges, en una primera instancia, llamó “loco” a Unamuno por su doctrina de la inmortalidad; después hubo de rectificar: “Unamuno, dijo, es el primer escritor de nuestro idioma”.

Hay en Unamuno una certera convicción de que la condición humana está caracterizada por una suerte de contradicciones insatisfechas, por un ansia irreprimible de inmortalidad que hace de la vida una constante agonía. La vida, para él, no acepta fórmulas, y aquello que es auténticamente vital no puede ser racional. ¿Qué fue la vida de Unamuno? Hombre terriblemente, impertinentemente hermético, muy poco simpático, de un profundo ascetismo en el vestir, puntual hasta la exasperación, silencioso, lector febril. Cuando murió, muchos dijeron que ya estaba muerto en vida. Hombre este, Unamuno, signado por ese espíritu dionisíaco, propio de la cultura presocrática, exaltadora del instinto, de las pasiones, y también, efectivamente, del “sentimiento trágico de la vida”.

¿Triste, Unamuno?

 

 

 

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