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Unos niños afortunados: El Hogar del Niño San Vicente de Paúl

Dr. Víctor M. Valle

En  El Salvador hay alrededor de un millón 800 mil niños menores de 14 años. Las cifras oficiales  más optimistas  dicen que el 35% de la población es pobre. O sea que más de 600, search 000 niños sobreviven en el dolor de la pobreza. Las  mismas cifras dicen que el 9% de la población salvadoreña sufre la pobreza extrema. Quiere decir que de los 600,000 niños menores de 14 años, más de 160,000 pasan las penurias de la pobreza extrema con todas sus secuelas: desnutrición, raquitismo, casi nula educación formal y toda clase de violencias.

Entre octubre y noviembre del año en curso, tuve la bendición  de conocer un lugar donde alivian las penas de los niños más pobres y desvalidos: el Hogar del Niño San Vicente de Paúl, que desde hace casi  140 años ha funcionado en San Salvador con distintos nombres y que, como Casa Nacional del Niño, fue abatido por el  terremoto de 1986.

El Hogar del Niño, ahora parte del Instituto Salvadoreño de la Niñez y la Adolescencia, es un lugar excepcional donde la atención gubernamental, una antigua filantropía, una tradicional conducción de Hermanas de la Caridad y un personal noble y motivado atienden unos 200 niños pobres y sufridos que son, en medio del fracaso social  de largas y añejas raíces, unos niños afortunados. Estos niños caben en el verso de Roque Dalton, en el Poema de Amor,  como “…los que tuvieron un poco más de suerte”.

Estos niños afortunados tienen cuidado con ternura, alimento sano y oportuno, dormitorios  limpios y aireados, atención médica a tiempo, juegos y deportes a mano y una sencilla educación para el trabajo. Tienen su Minimum Vital, como diría el maestro Alberto Masferrer,  y es altamente probable que sean personas de bien, a pesar de sus orígenes en mucho dolor.

Lo que apabulla es que esos afortunados  200 niños o menos son casi la milésima parte de los 160,000 niños salvadoreños que sufren la pobreza extrema. Se necesitarían  mil Hogares del Niño como este para aliviar las penas de los 160,000 niños que sobreviven la tragedia nacional que se ha empozado por varios decenios de insensibilidad ciudadana, ineptitud política, descuido social, irresponsabilidad empresarial, corrupción pública y privada y demás perversiones.

Pero además, se necesitaría un Estado más solvente y sólido en sus finanzas para que fortalezca programas sociales que alivien a los actualmente sufridos y evite que siga la “producción masiva de pobres”. Se necesita que la carga impositiva llegue, al menos, al 20%  del Producto Interno Bruto, como recomiendan los economistas bien intencionados, y no el escaso  13 ó 15 por ciento que permiten los grandes intereses económicos.

Ahora, dicen las cuentas alegres, hay menos pobres; pero es que muchos pobres emigraron a bordo de “La Bestia” o atravesando con sed el desierto de Arizona. Muchos cayeron, pero “…los que tuvieron un poco más de suerte” llegaron, vieron y vencieron la miseria  y remitieron “pobredòlares”, que sobrepasan los 4 mil millones de dólares anuales,  y alivian un poco la pobreza que sufre el 35% de la población salvadoreña.

Los niños afortunados que he conocido estos días, gracias las “horas sociales” que mi hija Victoria llevó a cabo como requisito de su graduación en secundaria,  me hacen recordar un libro de Thomas Buergenthal, connotado jurista, educador, victima y sobreviviente del holocausto exterminador de Hitler y que es un libro autobiográfico. El libro se titula  Un Niño Afortunado, y narra las terribles peripecias que, de niño, tuvo que sufrir el autor  durante el cruel exterminio perpetrado por Hitler y sus huestes. Lo de niño afortunado le vino del vaticinio que hizo una adivina en 1939, cuando él tenía 5 años, de que a pesar de la tormenta asesina que se veía venir con el ascenso de Hitler y la segunda guerra mundial, el niño Tom saldría con vida y airoso para hacer el bien, como un niño afortunado.

He conocido a Thomas Burgenthal, y me siento afortunado por ello,  en varios momentos de mi vida. Él era respetado profesor en la Universidad George Washington donde obtuve mi doctorado en los años 1980. Lo traté directamente cuando fungí como Coordinador Pro-Témpore de la Comisión Nacional para la Consolidación de la Paz, para verificar el cumplimiento de los Acuerdos de Paz, y él era miembro de la Comisión de la Verdad. Lo vi varias veces en el Instituto Inter-Americano de Derechos Humanos, que él ayudó a fundar en Costa Rica y fue dirigido  por varios años por el compatriota Roberto Cuéllar.

Por suerte para El Salvador y  sus niños que sufren la pobreza extrema, este gran ser humano pudo ser, entre otras cosas, miembro de la Comisión de la Verdad, formada con base en los Acuerdos de Paz para investigar atrocidades y violaciones contra los derechos humanos durante el conflicto de los años 1980. Y es afortunado que este gran hombre haya reseñado en su autobiografía testimonios de lo que observó en El Salvador y darse cuenta que quienes basaron su creciente poder sobre el dolor de los niños pobres, son los mismos que violaron los derechos humanos, a veces con la violencia directa de las masacres comprobadas, a veces con la violencia estructural de la pobreza extrema.

Dice Thomas Buergenthal en un conmovedor párrafo (página 244 de la citada autobiografía):

“Hasta que trabajé en la Comisión de la Verdad (de El Salvador), siempre había creído que mi experiencia en el Holocausto me había formado una coraza que me protegía a la hora de contemplar las más espantosas violaciones a los derechos humanos. En El Salvador descubrí que no era así. Por ejemplo, contemplar el esqueleto de un bebé aún en el vientre de su madre asesinada durante la masacre de El Mozote fue más de lo que supe soportar sin sentirme profundamente afectado ante la brutal depravación de quienes habían cometido ése y otros crímenes similares. Durante nuestra labor en El Salvador volvieron a mi mente, una y otra vez, recuerdos subliminales de mi propio pasado en otra parte del mundo cuando entrevistábamos a testigos, escuchábamos sus historias, e inspeccionábamos los sitios donde se habían cometido las masacres. El sufrimiento padecido por tanta gente en aquel pequeño país a lo largo de su terrible guerra civil dejó una huella que perdura en mi alma.”

Los niños afortunados del Hogar del Niño no están solos. Muchas personas piensan en ellos y actúan para aliviarles sus pobrezas y deben saber que, como niños afortunados, algunos de ellos pueden llegar a ser como Thomas Buergenthal quien sobrevivió y venció a la muerte que lo asechó durante los primeros once años de su vida

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