Jorge Vargas Méndez*
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Una rápida revisión de los contenidos que se transmiten a través de la prensa escrita, ambulance radial y televisiva, con muy raras y contadas excepciones, hace evidente que la industria mediática en su conjunto necesita urgentemente una reingeniería. En principio, se requiere de una reingeniería que, por un lado, fomente el pluralismo ideológico, el respeto irrestricto de los derechos humanos y, como consecuencia, que abone a la democratización del país; y, por el otro, que privilegie contenidos que coadyuven al fortalecimiento de la cultura desde la perspectiva de la diversidad cultural y la identidad salvadoreña, posibilitando así que la población infantojuvenil desarrolle progresivamente su sentido de pertenencia y arraigo local y nacional, lo que al mismo tiempo podría reducir la emigración y fortalecer valores como la solidaridad, el respeto, la amistad, la paz, entre muchos otros.
Hablamos pues, de un desempeño mediático acorde con los postulados básicos del derecho a la información de la población en general. En tal sentido, atrás debería ir quedando la mistificación que se ha hecho de la tan llevada y traída libertad de expresión, con lo cual ésta no sólo ha perdido su razón de ser original sino también pareciera haberse convertido en una especie de marioneta discursiva cuyos hilos son manipulados a conveniencia de intereses particulares o de élite, los cuales a menudo suelen ser los de los mismos grupos empresariales mediáticos o del partido político de su simpatía o del que los representa, en detrimento de la credibilidad que todo medio de comunicación debería priorizar. Esto último señalado no es nada nuevo. Ya a comienzos de los años setentas, cuando este servidor aprendía mecánica en un tallercito ubicado en la entonces 7ª Calle Poniente (hoy Alameda Juan Pablo II), frente al Parque Infantil de Diversiones, escuchaba decir a muchas personas que compraban periódicos en la parada de buses: “Cipote, dame los dos mentirosos”. El mismo canillita ya sabía a qué impresos se referían. Además, recuérdese que un recordado dirigente de la Iglesia católica, en rechazo a su papel (y esto en el sentido estricto de la palabra) usaba con frecuencia el epíteto de El Diablo de Hoy para referirse a un periódico. Y actualmente es común escuchar a la gente referirse a dos noticieros televisivos con los epítetos de “El Menticiero” y “Sangre Visión”. En otras palabras, hay una percepción crítica entre la población respecto al desempeño de los medios de comunicación y eso, obviamente, constituye un indicio de que es necesario aplicar una reingeniería.
Y es que si bien un medio de comunicación es administrado con criterios empresariales a efectos de garantizar un funcionamiento eficiente y la respectiva rentabilidad económica, éste no debe perder de vista que se trata de un tipo de empresa cuya actividad es la comunicación social y que, por consiguiente, durante todo el proceso involucra directa e indirectamente a personas que van desde el propio personal hasta el público receptor de sus contenidos. O sea, no es una empresa que fabrica soportes de hule para determinada bicicleta, por mencionar un ejemplo, sino que se dedica a procesar diferentes tipos de mensajes para colectivos humanos que poseen pensamientos distintos, opiniones y expectativas a veces antagónicas y con contextos culturales diferentes. Precisamente en esto radica uno de los desaciertos de la industria mediática nacional, es decir, la compulsiva pretensión de encuadrar al público destinatario en una especie de pensamiento único (social, económico, político e incluso moral y religioso), lo cual al mismo tiempo explica el por qué de su aferramiento a modelos de comunicación tradicional basados en el contenido y los efectos, antes que incorporar un modelo de comunicación social basado en el proceso, el cual ofrece indudablemente mejores posibilidades de fomentar no solo el ejercicio de la ciudadanía sino también la práctica de valores, que son componentes claves para construir una auténtica democracia. Jamás se construye democracia privilegiando un pensamiento único. De ahí que, con diferencias claramente sustanciales, toda empresa mediática se asemeja a una escuela en cuanto al papel que deben cumplir. Así, ambas están llamadas a dotar a las personas de conocimientos o información que proporcionen un sentido de la vida, lo que necesariamente pasa por dotarlas de herramientas cognitivas y prácticas para la solución de los diferentes problemas que les agobian. Es decir, deben estimular el pensamiento, fomentar la creatividad y el análisis de una realidad dinámica y cambiante, para que las personas puedan realizarse con dignidad e insertarse como tales en la dinámica social, económica y política de un mundo cada vez más globalizado, teniendo claro que no es lo mismo que una persona se globalice por decisión propia o conscientemente a que sea globalizada contra su voluntad, y a menudo sin darse cuenta, por factores externos a veces imperceptibles, como las llamadas fuerzas del mercado. En este caso específico, por ejemplo, ¿cuál es el papel que deben jugar los medios de comunicación? ¿Deben atizar el consumismo o humanizar el desarrollo del mercado?
En fin, es este tipo de preguntas lo que nos hace inferir un escenario urgente: ya es tiempo de que los medios de comunicación se sometan a una reingeniería que permita al país ubicarse en el tiempo que vivimos, más cerca de los derechos humanos (como plataforma ética y moral), la realidad y las ciencias, y ciertamente más lejos de la doxa religiosa y el conservadurismo, para poder avanzar desde ahí hacia un futuro más esperanzador, lo cual pasa, inicialmente, porque la aludida industria se unifique en torno a una visión de país o perspectiva de nación. ¿Será esto pedirles demasiado? O, ¿es esperar peras del olmo?
*Poeta, escritor, integrante del Foro
de Intelectuales de El Salvador.