USTED DEBERÍA SER MI MADRE
Por Myrna de Escobar
Con esas palabras se acercó a mí, luego de hacerme una petición. Necesitaba sus documentos para dar por cerrado el capítulo estudiantil de su vida. A dos años de su deserción no era ni la sombra de la muchachita hermosa. Lucía demacrada y descuidada, con bastante maquillaje encima y prendas gastadas.
— Era mala estudiante. Perezosa cual ninguna.
— Repugnante y altanera. Tantas veces me alzó la voz porque le pedía la tarea.
— Así éramos nosotros cuando estábamos cipotas.
— ¡Al menos yo! Asintió la seño Paty, una maestra de la tercera edad.
Yo las dejé hablar en el pasillo y la contemplé con cariño. Ella me abrazó con la mirada. Después de todo al verla llegar recordé el álbum de mi artista favorito que me regaló hace 3 años.
— Usted debería ser mi madre, si usté fuera mi madre, otra cosa sería de mí. Suspiró.
— Y tu mamá… ¿ya no vivís con ella? Cuestioné, aunque ya sabía la respuesta.
En la escuela conocíamos la historia porque la madre había llegado indignada a gritarnos su ingratitud. Se desahogó con el personal y secó sus lágrimas en su blanco delantal.
— Ya no vivo con ella. Ese ha sido mi gran horror. — reconoció.
— ¿Y el mercado?… ¿trabajas?
— No. Ella me corrió de la casa porque andaba de novia. Yo solo quería un novio, pero ella no me entendió. Me fue a entregar a él, y me dijo que yo ya no servía.
— ¡No quiero verte! ¡Ya te jodieron! ¡No sos mi hija! —me grito en frente de todos en el puestecito del mercado
Al escucharla sólo pensaba en mi adolescencia, en la abuela generosa y cuidadosa de nosotros.
— ¿Cuántos años tenés?
— Hoy tengo 16, pero él tiene 32.
— ¿Te trata bien?
— Como un hombre a una mujer. A veces me da pisto y provee la casa, pero yo quiero volver a la escuela, pero él no me deja salir. Hoy le dije que iba ir donde el ginecólogo.
Por eso ando aquí. Ya me va a llamar y si sabe que no he ido, capaz que me va a pegar.
— ¿Lo hace?
— Intenta, por fortuna la suegra le dice que se va ir preso, pero se desquita con todo… en la cama.
— ¡El amor no es lo que imaginabas…verdad!
— No seño. Tenía razón la seño de ciencia y usté, pero uno es tonto, no quise oír consejo.
— Necesitas ayuda. Eres una menor y él ya es un adulto que se aprovechó de la circunstancia.
— Si viera, seño. Mi nana me entregó a él, me tiró las cosas… no he vuelto a verla.
Su teléfono sonó y no pudo concluir su confesión. Quise retener sus papeles como pretexto para volver a verla, pero insistió en llevárselos para convencer al hombre de estudiar a distancia. Me sorprendió su abrazo y se alejó.
Afuera las murmuraciones entre los estudiantes no cesaron. Todos murmuraban sobre la razón de su visita.
— ¡ya vieron a la que acaba de entrar al salón!
— Esa cipota es una zorra.
— Se dieron cuenta que dejo a la pobre vieja en el mercado.
— … y era la mayorcita de siete hermanitos.
— ¡qué esperanza!
— Las bichas de hoy no se cuidan, son bien bobas.
— ¡Pobrecita!
Tomé mi taza de café y me dirigí a la zona de cuido. Su confesión era una muestra de confianza, una confidencia del alma y no iba a defraudarla. Quise verla de nuevo, convencerla de buscar ayuda juntas, pero no hubo respuesta.
Antes de salir me recalcó las últimas palabras que aún recuerdo cuando pienso en otros estudiantes con historias similares en el aula.
— Por fortuna no me he embarazado. Aprendí cómo no quedar preñada en la clase de ciencia. Él no es malo, pero ya no lo quiero. Me da comida y no ando rodando como otras. — Dijo con tristeza_ además no tengo dónde ir. Mi tata no me puede ni ver. Menos mal que yo era… (mordiéndose los labios para no llorar) la niña de sus ojos… Cuando me lo encuentro en la calle, cambia de acera.
Sus palabras resuenan en mis oídos al ver a sus hermanitos en el mercado, y a la madre con su tapado blanco en la cabeza. Una asidua celebradora de la palabra en algún templo del sector. Sin lugar a duda.
El rol del maestro en el aula es como el de una segunda madre para tantos estudiantes que viven experiencias difíciles en el hogar y que los empujan a desesperar e involucrarse en situaciones para las que aún no están preparados. Es por ello que muchos de mis estudiantes, al dirigirse a mí, me llaman mamá o tía.