Página de inicio » Opiniones » Utilidad de la mirada contrafáctica

Utilidad de la mirada contrafáctica

Luis Armando González
Fuente: https://www.radiosefarad.com/cuanta-guerra-da-la-paz/

Algunos autores, como Steven Pinker, apuntan a lo útil que es usar el razonamiento contrafáctico en el análisis del mundo que nos rodea. En síntesis, este tipo de razonamiento estriba en plantearse el “qué hubiera sucedido sí”, es decir, en reflexionar sobre escenarios, situaciones o dinámicas que no se dieron (no sucedidas) debido a que las rutas (históricas, sociales, económicas, etc.) seguidas fueron otras. Mirar contrafácticamente la realidad consiste, pues, en prestar atención a lo que posiblemente pudo haber sucedido y no a lo que efectivamente sucedió en un momento determinado.

Un ejercicio mental de este tipo no suele ser bien visto por quienes creen –y no sin justificación— que lo que cuenta son las realidades fácticas, no lo posible, imaginado o no realizado. Con lo efectivamente sucedido –dicen— se tienen hechos firmes, que además no tienen vuelta atrás: no se puede rebobinar la historia y volver al comienzo para cambiarle el curso que ya tuvo. También se suele rechazar la mirada contrafáctica porque, en no pocas ocasiones, ha dado lugar a imaginar escenarios posibles que bordean lo fantástico e ilusorio. Ambas críticas son válidas y es por ello que se deben tomar precauciones a la hora de usar el razonamiento contrafáctico, mismo que –con las precauciones debidas— puede ser de gran utilidad para comprender mejor lo fácticamente sucedido.

O sea, preguntarse por el “qué hubiera sucedido si” invita, primero, a ser realistas acerca de las rutas abortadas (o dejadas de lado) en una situación histórica particular; y, segundo, a avaluar con otros criterios lo efectivamente sucedido. Es decir, a evaluarlo no sólo con criterios circunscritos al ámbito de lo fáctico, sino al ámbito de lo contrafáctico: lo que hubiera sucedido si lo fáctico no se hubiera concretado como tal.

Un ejemplo a la medida de lo que aquí se argumenta lo constituye la firma de los Acuerdos de Paz salvadoreños, en 1992, y las dinámicas generadas por los mismos a partir de ese momento. El análisis de esos documentos y de esas dinámicas –que pertenecen al ámbito de lo fáctico— ha sido exhaustivo prácticamente desde que se dio esa firma. El análisis abarca, también con detalles asombrosos, las fases previas de la negociación entre los bandos beligerantes hasta su culminación en el Castillo de Chapultepec (México). A lo largo de tres décadas, el examen realizado de los Acuerdos de Paz no ha estado exento de críticas firmes –que nunca han dejado de poner el dedo en sus limitaciones—, pero también de visiones más ponderadas que, sin obviar sus limitaciones, han destacado sus logros y aciertos. En fin, quien se tome el tiempo de revisar la literatura –en El Salvador, entre otras fuentes, están la Revista ECA, la Revista Realidad y el Semanario Proceso— caerá en la cuenta cuánto se han analizado, a partir de 1992, los Acuerdos de Paz y las dinámicas nacionales.

Sin embargo, lo que ha faltado es una reflexión contrafáctica sobre los Acuerdos de Paz. Ha faltado la pregunta por qué hubiera sucedido en El Salvador, realistamente, si esos Acuerdos nunca se hubieran firmado. El ejercicio debería servir no tanto para inventar imposibles o sugerir que lo no sucedido puede suceder, sino para ponderar mejor lo que significan esos Acuerdos y lo que se hizo, o no, a partir de ellos. Así, siendo lo más realistas posibles, una ruta con elevadas probabilidades de continuar era la de la guerra civil, con altibajos y un desgaste quizás menos pronunciado en la Fuerza Armada y los cuerpos de seguridad y más en el ejército guerrillero (FMLN).

¿Cuánto se pudo haber prolongado la guerra civil de no haber firmado la paz? ¿Diez años? ¿Veinte años? No hay manera de saberlo, aunque sí se puede pensar que el agotamiento de recursos (más en el FMLN que en el bando gubernamental), la debacle absoluta de la economía y el deterioro absoluto de la convivencia social conducirían, como la mejor salida, a un proceso de negociación, siempre y cuando en el camino uno de los dos bandos no diezmara al otro (lo cual, en el largo plazo quizás –sólo quizás— le pudo haber sucedido al FMLN). Así, de no doblegar en el corto plazo al bando gubernamental, dos destinos posibles se abrían para el FMLN ejército, si la guerra se prolongaba demasiado en el tiempo: ser diezmado por agotamiento de recursos y/o terminar realizando acciones cada vez más aisladas, hasta llegar a la irrelevancia político-militar. Hacia 1992 eran bastantes parejas las capacidades, lo cual hacía bastante improbable una victoria definitiva de uno u otro bando.           

Se puede especular más sobre escenarios posibles si la paz no se hubiera firmado en 1992, pero no se trata de dejar volar la imaginación, sino de usar algunos de los más probables para valorar lo sucedido efectivamente. Y, fácticamente, lo que esos acuerdos hicieron fue poner un alto a la guerra civil que, sin ellos, no hubiera durado hasta el infinito, pero sí lo suficiente para seguir lacerando a la sociedad salvadoreña en su convivencia y bienestar. ¿Laceran las guerras la convivencia social y el bienestar de las personas? ¿Hay evidencias de que en El Salvador eso se estuviera dando antes de 1992? Sí a ambas preguntas. Hay estudios suficientes para entender bien –y quienes lo vivieron dan testimonio de ello— el impacto humano, social y económico de los 11 años de guerra civil (1981-1992). Sólo se trata de informarse.

Desde criterios puramente fácticos –y también morales—, no es algo irrelevante que una guerra civil llegue a su fin mediante un proceso de negociación. Tampoco hubiera sido irrelevante que la guerra civil continuara. Y las probabilidades de que ello sucediera, si no se firmaban los Acuerdos, eran sumamente elevadas. Desear que la guerra civil siguiera no tiene ningún sentido, porque la misma se detuvo en 1992 y, desde entonces, no ha habido estallidos armados que anuncien una nueva guerra civil. Sólo por ligereza se ha hablado de una “guerra social” al referirse a las actividades criminales de las pandillas. Si lo fáctico fue el fin de una guerra civil mediante unos Acuerdos de Paz, la mirada contrafáctica señala realistamente que, sin esa firma, la guerra se iba a prolongar… y que, probablemente, la opción de negociar la paz, con otras opciones, se haría presente más adelante para los bandos enfrentados. Después de todo, quizás no haya sido tan mala idea poner fin a la guerra civil, con los Acuerdos de Paz, en 1992.

San Salvador, 26 de enero de 2022   

   

Ver también

¿Qué podemos esperar para El Salvador de un segundo gobierno de Donald Trump?

Por Mauricio Funes Ex Presidente de El Salvador.  Lo primero que habría que señalar es …