Varaderos inn
Julio César Orellana Rivera
Pasar más de sesenta días fuera de nuestro país y con el agravante de la pandemia actual, ha creado en nuestros compatriotas y el resto del mundo un ambiente de zozobra, de depresión y hasta de intenciones suicidas. Porque no es lo mismo estar viviendo en El Salvador, bajo techo y en condiciones limitadas de todo tipo, que estar lejos, subsistiendo en condiciones distantes de lo mínimo necesarias para el ser humano y sin tener la certeza de hasta cuando será el retorno al terruño nuestro.
Hubo casos en que nuestros conciudadanos agotaron sus recursos, mientras la ayuda tan esperada llegaba. Y si a esta situación le agregamos, las voces malintencionadas de nuestra gente para que los varados se quedaran allá por el hecho de que el virus anda campante por el mundo y pudiesen venir infectados, eso genera una mayor indefensión y desesperanza para las personas que añoran retornar al país.
Los varados
Stefany Escobar y su colega vivieron cercana esa situación, porque siendo realizadora audiovisual, que trabaja en cine independiente, a ella y su colega las encerró la cuarentena costarricense.
Stefany fue invitada a un taller que impartiría Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC), porque su proyecto «Las consecuencias del abuso sexual infantil en la vida adulta» con miras a convertirse en documental se ganó ese derecho. Ella y su colega fueron convocadas como directora y productora, respectivamente. La capacitación sería del 12 al 16 de marzo. El ser seleccionadas para asistir a CRFIC les daba el privilegio del boleto aéreo pagado, alojamiento y desayuno. El almuerzo y la cena se la costeaban ellas. Viajaban con pocos recursos, justamente para el tiempo que duraría el taller. A dicho festival asistieron artistas de Guatemala, Honduras Argentina, Panamá, México y El Salvador.
El primer día del taller escucharon rumores de lo qué pasaría en nuestro país. Ya para la segunda jornada, la murmuración de que el Ministerio de Salud de Costa Rica iba a suspender el Festival iba viento en popa. Este daría los parámetros para atender la emergencia. Y efectivamente, en la marcha del día tercero, les notificaron la suspensión del Festival en gran medida, por la afluencia de extranjeros. «Pero como todos habíamos viajado y estábamos ahí, se acordó que terminarían el taller de cine documental en el marco del CRFIC», acotó Stefany. El Instituto de Cine Costarricense les dio cobijo en sus instalaciones para finalizarlo, pero las actividades extras, como parte del Festival sí fueron suspendidas.
El 15 de marzo, por la mañana, fueron al aeropuerto con la intención de cambiar la fecha del vuelo, pues ya habían visto unos vídeos de hacinamiento masivos y tal situación les aterró. «Si no, mal recuerdo, estaban llevando a la gente a centros de contención: Vamos a cambiar el vuelo una semana en lo que se ordena la situación, en lo que se mejoran las condiciones para los albergados, porque teníamos miedo, tanto del contagio como de cualquier otra acción que violentara nuestros derechos humanos en el albergue», dice Sefany al respecto. Pero sucede que, Volaris no les dio ninguna opción. El lunes 16, por la tarde, el presidente Nayib Bukele, ordenó cerrar El aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero de El Salvador, quedando así, Stefany y su colega, varadas en suelo tico.
Por contactos de los parientes de su colega, una amiga de la familia de ella las hospedaría en su casa por una semana. Quedaron viviendo de sus ahorros y de la caridad de la señora, cuyo cuido y trato fueron excelentes.
Una semana después de convivir con la buena samaritana costarricense, contactaron con la embajada de El Salvador en Costa Rica. Les dijeron que las iban a apoyar con víveres, pero pasó el mes y ninguna respuesta obtuvieron. La contactaron nuevamente, comentándole que ya no podían vivir ahí, «que íbamos a terminar de indigentes, porque nosotras somos artistas, no tenemos salario fijo: vivimos de proyectos y de administrar el dinero de los proyectos; entonces, creo, que eso fue les preocupó». Unos días después fueron por ambas, quedando en custodia de la institución diplomática.
Las llevaron a un complejo de apartamentos, Ahí pasaron otro mes. No había esperanzas de un retorno inmediato, pero la embajadora salvadoreña, diplomática Patricia Pineda Salinas siempre demostró solidaridad y empatía hacia todo del grupo. Dieciséis, en conjunto, conformaban el grupo que habitaba el complejo. Para la manutención tuvieron lo básico: frijoles, arroz, aceite, y lo que hacía falta lo complementaba alguno que tuviera las condiciones económicas de hacerlo.
La humanidad de la embajadora es una impronta en su personalidad: «Yo admiro mucho su trabajo, porque es muy empática. Hubo varios compañeros, que tuvimos crisis de ansiedad, incluyéndome yo. La embajadora me vio, habló conmigo y me abrazó, y yo sentí que esto fue sanador para mí, porque fue un gesto humanitario, de no sentir que estábamos en peligro y luego la primera semana que estuvimos ahí, organizó una pupuseada para todos nosotros».
El retorno
Justo después de un mes, la comunicación de un retorno al país fue causa de mucha alegría. A todo el grupo que estuvo en ese complejo habitacional no les costó nada el vuelo aéreo.
En Costa Rica la situación de los varados funciona un poco mejor por la gestión de la embajadora, por su gran compromiso, pues en el aeropuerto costarricense, ella estuvo ahí para despedirse y pronunciar su último mensaje. Se conmovió y hasta lloró de alegría por el hecho que, todo el grupo por ella cuidado, como el pastor cuida a sus ovejas, regresaba sano y salvo a su país.
Fue el 13 de mayo, que Stefany retornó al país y por sus condiciones médicas fue llevada al hotel Villa del Ángel, un centro de contención especial. Había dos personas diabéticas, una embarazada y dos personas dela tercera edad. Ese centro de contención era nuevo y era un solo caos, ya que carecía de mascarillas, agua y papel higiénico para atendernos. Esto generó una pequeña discusión contra el personal de salud. A ellos les cae el golpe, porque reciben los enojos y la frustración de la gente, y no son ellos los responsables directos. Nos decían: «Nosotros estamos esperando desde la mañana que traigan los insumos». Ya para el segundo día se enteraron, que no había termómetros ni alcohol. Una compañera mandó a comprar mascarillas N 95, un termómetro para cada uno, algodón, alcohol, mascarillas y guantes para el personal médico. Los insumos solicitados a los profesionales de la salud se los fueron dando conforme pasaban los días. Después de ese leve incidente, en adelante, no hubo queja alguna de parte de los albergados.
Stefany siempre se percató de que el personal de salud tenía que quitarse el traje de protección y ponerlo al sol, porque no había más trajes desechables para cambiarse cada día. Arriesgan su vida y ni siquiera tienen un traje de protección para usar uno cada día. «Entonces uno no tiene más opción que mirarlos con solidaridad y respeto».
Ahora que lo recuerda, dice Stefany, ella salió del centro de contención el 22 de mayo y rememora también, que allá en Costa Rica, la embajadora habló con muchos de ellos, incluso con un compañero, que laborando ahí perdió su trabajo y su matrimonio se fue al trasto, y él estaba muy, muy mal. Con gran empatía, la diplomática se sentó a hablar con él para controlarlo: «Este tipo de cosas vi yo de parte de la embajadora. Esa mujer tiene realmente espíritu de servicio y una calidez humanas, que ojalá todos los compatriotas tuviesen a una funcionaria así, porque en esta situación de incertidumbre, estos gestos humanos, lo mantienen a uno de pie».
Gestos como esto no se olvidan jamás y se llevan en el alma para siempre y por el resto de la vida, pero encontrar a ese tipo de gente así de misericordiosa, aquí y ahora me parece una tarea imposible de realizar: todo es atropello al prójimo, la zancadilla al compañero, el egoísmo, los malos tratos y la envidia son los elementos destructores que hacen colapsar a la sociedad.