Luis Alvarenga
Desde una perspectiva de izquierda, es importante ver la complejidad de aspectos relacionados con las elecciones del domingo próximo. La campaña proselitista, pero particularmente este último tramo, ha permitido confirmar cómo el desarrollo de los procesos y la conducta de los actores inmersos en ellos es el único criterio para despejar las dudas. El rechazo a los debates, el recurso a la guerra mediática -con la participación de medios que se han autoposicionado como críticos y apartidarios-, el uso de campañas sucias contra la fórmula de izquierda, antes tan subestimada, tan mirada por encima del hombro, permite discernir la verdadera naturaleza de quienes han utilizado un discurso antipartidos y en quienes algunos han creído ver una “nueva” izquierda, cuando no es otra cosa que una derecha con nuevo envoltorio.
Desde esta perspectiva, hay un punto clave dentro del discurso de las derechas electorales que no es posible dejarlo de lado. Dicho punto es Venezuela. Los dos partidos de derecha se han unido al coro que repite la justificación del gobierno estadounidense de la agresión contra el gobierno legítimo de Nicolás Maduro. Corean: “dictadura, dictadura” y reconocen al autoproclamado y espurio figurón que ha designado Estados Unidos.
Ello tiene implicaciones serias en torno al desarrollo de un proyecto de transformaciones progresistas. Una perspectiva muy limitada de las cosas diría que la situación venezolana no nos incumbe como país. En primer lugar, están las consideraciones éticas que tienen que ver con el deber de la solidaridad con otros pueblos, sobre todo con ese pueblo que ha abrazado al nuestro en situaciones muy graves, como cuando Venezuela y el presidente Chávez enviaron ayuda al país después de los terremotos de 2001, cuando el gobierno derechista de turno era hostil hacia la revolución bolivariana. Algo del impacto humano que ello causó se puede leer aquí, con el valor añadido de que se trata de un medio al que no se puede acusar de “chavista”. No se puede ser ingrato con quienes han estado incondicionalmente del lado de nuestro pueblo.
Pero, aún dejando de lado esas consideraciones, hay que considerar que no se puede hablar por un lado de transformaciones sociales progresistas y, por el otro, de unirse al intento de golpe contra Venezuela. Apoyar las agresiones contra este país, afirmar que Maduro es un dictador, como lo han hecho los candidatos de ambas derechas, es ayudar a fortalecer el avance de las derechas en el continente y es ponerse de su lado. Si Venezuela cae en manos del imperio, se debilitará cualquier posibilidad de avance democrático, cualquier posibilidad de transformación progresista, ya no digamos revolucionaria, pues la región habrá perdido, no solo un referente moral, una inspiración política concreta, sino también un país que tiene un peso importante a nivel internacional y que apoya las causas democráticas.
Elegir la solidaridad con Venezuela es elegir las transformaciones progresistas y revolucionarias que queremos en el país. Ello no obvia la necesaria tarea de revisar y cambiar lo que no ha funcionado dentro de la expresión político-partidaria de la izquierda, pero también de todos los sectores progresistas del país. No cometamos un yerro al pensar que la derecha esperará paciente a que desde la izquierda hagamos, todos, la necesaria crítica y autocrítica.