Orlando De Sola W.
Hay en El Salvador un sentido de venganza colectiva que supera los límites de convivencia; un revanchismo social que rebasa las percepciones de inferioridad y superioridad socio-económica, viagra llegando hasta lo racial, ampoule donde la tinta y la melanina son importantes marcadores.
Los genes, sin embargo, demuestran que todos venimos de un antropoide africano llamado Lucy. Los descendientes de Lucy emigraron, hace cientos de miles de años, hacia el norte y poblaron lo que hoy es Medio Oriente, Europa, Asia, Oceanía y, finalmente América.
Los de la península ibérica decidieron, a finales del siglo XV, buscar una mejor ruta marítima hacia el oriente, partiendo de occidente. Se toparon en el camino con lo que llamaron Nuevo Mundo, ya ocupado desde mucho antes por personas cuyos hábitos y costumbres no les parecieron aceptables, por lo que procedieron a someterlos, como lo habían hecho antes con los moros.
El origen mixto de nuestras tensiones es parte de todo colectivo humano. No hay clan, tribu, ni nación, que no haya sido influida por fuerzas externas; algunas pacíficas, como la seducción, y otras violentas, como las plagas.
El mestizaje, o hibridación, es el común denominador de toda la humanidad; por lo que tratamos que el odio y la envidia de los que se sienten débiles, o inferiores, no sean la única respuesta a la codicia y arrogancia de los que se sienten superiores, o poderosos. Por eso, y buscando minimizar el conflicto social, desarrollamos sistemas, organizaciones e instituciones. Una de ellas es la justicia, que se basa en el derecho, pero por su parentesco con la venganza no siempre acierte en “dar a cada quien lo suyo”. Muchas veces el derecho lo retuercen quienes dicen ser sus progenitores, o intérpretes, sin que por ello se avergüencen, o se sientan culpables de soberbia.
La justicia es una colección de hábitos, costumbres y tradiciones que nos sirven para distinguir entre el bien y el mal. Para administrarla, o aplicarla, nos valemos de aparatos que investigan, juzgan y castigan a los infractores, tratando de adecuar su conducta a las normas fabricadas por legisladores, que además dicen ser nuestros representantes.
Si profundizamos sobre el mal, nos daremos cuenta que, desde el punto de vista del ofendido, el mal es toda intervención que causa perjuicio a la voluntad ajena. Y esa voluntad consiste en poder elegir. Pero el poder implica fuerza, o capacidad de ser, hacer y tener. De manera que el poder y la justicia van de la mano, ya que sin poder no hay sometimiento a las leyes, a veces equivocadas, o injustas, desde el punto de vista del ofendido.
Venganza es satisfacer un agravio con otro, igualmente dañino. La venganza social es un mal de sociedades disfuncionales, como la nuestra, donde la desigualdad es tan evidente y las diferencias tan grandes que la esperanza de igualarnos, al menos en dignidad, no alcanza a reducir el resentimiento, a menudo sustituido por conformismo, que es lo que nos mantiene en subdesarrollo.
Además de conformarnos, nos comparamos con otras sociedades, utilizando para ello estadísticas macroeconómicas y criminológicas que no reflejan la realidad del individuo y su grupo familiar, cuya alternativa es escapar hacia realidades mas prometedoras, o mas angustiosas, o imaginarias.
El éxito y el fracaso, sin embargo, lo miden los individuos, según su expectativa. Ese poder de decisión, o voluntad de lucha, la tiene el individuo, que aspira a vivir mejor. Pero, ¿en cuál sociedad? ¿La que tenemos ahora, con sus defectos, o la que viene?
Por eso el fenómeno de la migración no parará hasta que los habitantes del subdesarrollo, con sus desfasados aparatos, sistemas y organizaciones, nos reorganicemos en mejor forma, de manera que al compararnos con otros lugares no nos resulte atractiva la mudanza, ni la venganza, porque justicia no hay.