Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Me dijeron que no lo hiciera, pero me dio igual e hice caso omiso. Así somos de rebeldes, de desobedientes. De todas formas amar es prácticamente un acto de rebeldía y más aún si escribimos poemas de amor. Vivimos un tiempo en que el egoísmo y el amor a uno mismo labran todas las bajezas que hacen muchos individuos que solo se preocupan por comer ellos mismos y se olvidan de sus familiares y del mundo.
Todas las tardes sacaba mi cuaderno y tras varios ensayos de contar sílabas creaba al menos un par de versos que hablaran de esa bella experiencia de amar, de estar cerca del ser amado, del verbo afectuoso de juntar tus labios con otras personas y todas las connotaciones que conlleva querer a alguien y juntar tu alma a su alma.
Lo curioso del asunto era que aún no tenía idea de eso. No había tenido novia y me figuraba que sí, en tanto mis labios jamás habían besado otra boca y estaba lejos de conocer aquellas sensaciones que veía en mi colonia o en los furtivos pasillos de mi centro escolar. Mis neófitos escritos ficcionaban aquel mágico momento que solo conocía en películas y en las alucinaciones mitómanas de mis compañeritos de estudio y de mis vecinos (porque antes de cumplir una década de vida uno llega a creerse sus propias mentiras. Pero celebra con que otros le crean el cuento, como le sucedió a un par de conocidos de los cuales omitimos el nombre para que no se sonrojen al leer esta columna.
En mis ejercicios literarios yo apostaba por vivir eso que desconocía, y no me iba tan bien. El remedo de poema llegaba a sentirse falso, artificial y poco efectivo. Y aunque algunos digan que está bien, uno sabe que falta camino. Quizá la explicación más clara que conozco es la que le da El oráculo a Neo en Matrix al decirle que «ser elegido es como estar enamorado. Nadie te lo dice, solo lo sientes». De igual forma la práctica y el conocimiento llegan a convencerte un día para buscar la aceptación de los demás escritores de verdad y de los conocedores, además de los respetables y cultos lectores.
Sin embargo, aquello no me detuvo (así como el infinito cardumen de individuos que siguen escribiendo aunque sea improbable que se gane la vida en ello.
Los libros y los dias siguieron su curso y en mí, el amor Eros llegó a manifestarse, con mayor fuerza que el amor Filio. Llevándome a la confusión de la adolescencia, periodo en el que uno solo piensa en ese amor de pareja revuelto con hormonas, olvidando que el universo es más que el instante.
Con los años comprendí que el amor iba más allá de desear a una persona o de ver los ojos que te gustan mirándote enamorados.
Amar es hacer la revolución e incluso no hacerla. Amar es el acto del respeto mutuo, de dar la vida por los demás, de construir por el pasado y el futuro. Amar es ver más allá de lo evidente, como si viéramos a través de la espada del augurio de Lyon O, señor de los Thundercats. Amar es necesitar a alguien por que se ama y no amar a alguien por que se necesita como lo expresa en su Libro El arte de amar, Erich Fromm.
Amar es un acto de mayor rebeldía y de inmensa pericia, como el trabajo de un fino artesano. Es mucho más que hacer un poema. Por eso, en esa cruda sinceridad me pareció fundamental escribir poemas de amor, de lo que fue y de aquello que no pudo ser. Siempre verdaderos, como el tiempo. Porque, dicho acto no puede relacionarse con la mentira. Aunque más de alguno ofrendó algún falso testimonio por amor y viceversa.
Y así, mis cuadernos se llenaron del mismo tema que otros más grandes que yo tuvieron a bien escribir, así como el rey Salomón en El cantar de los cantores y el incontable ejercito de poetas y cantantes que interpretan o cantan canciones donde bailan en un beso para conectarse con el universo inmenso de personas que siguen creyendo en la poesía de amor y construyen un poema con sus vidas. Lejos de los irreverentes poetas emergentes que le cantan a su ego exaltando sus vicios, cuando el amor cabe en cada verbo y palabra al ser verdaderos.