ANTONIO TESHCAL
1. La poesía salvadoreña no ha dejado de ser pulsante desde hace más de un siglo. En cada periodo, desde el maestro Gavidia, aparecen escritores que reflejan su tiempo, sus preocupaciones y caminos. Así, desde los primeros años del siglo XXI, aparecen poetas con voces reverdecidas. Son poetas que nacieron durante el periodo bélico, poetas de la postguerra, en medio de la nueva guerra urbana y la violencia política y económica. Poetas como: Carlos Rodríguez (1984), Carlos Teshcal (1990), Alexander Hernández (1987), Ilich Rauda (1982), entre otros, raras veces se les ve leyendo sus poemas en un acto, y publican con mucha discreción. Sin embargo son activistas culturales: grabadista y poeta finalista en un certamen europeo, pintor y director de editorial, editor y director de revista, secretario de asociación de escritores… Están lejos de las posturas panfletarias de moda, y cultivan un verbo que no se labra para brillar con la luz de los reflectores ni las redes sociales. Trabajan una poesía sobria que cala a paso silencioso, es poesía que echará raíces y quedará a la vista cuando el viento arrastre el bullicio y la hojarasca.
2. Viaje al centro del sueño es un conciso y sustancial libro de Alexander Hernández, que en 2013 se le otorgó el premio único de poesía en los juegos florales de Zacatecoluca. En 2018 fue publicado en San Salvador por el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección de Publicaciones e impresos (ISBN: 978-99923-0-322-1). Diecisiete poemas componen Viaje al centro del sueño. Son textos breves, entre los 3 y 29 versos que, como lo advierte este cómputo, se cuidan de no utilizar más palabras que las necesarias. Parte del estilo de esta obra es que prescinde de la puntuación, como un carpintero que retira hasta las últimas asperezas en una obra artística. No la necesita. La disposición de imágenes, símbolos y conceptos, junto al corte versal y el ritmo, dejan las piezas de este libro bajo una lectura que camina sola y sin tropiezos.
3. El libro está dedicado al círculo literario Solsticio, del cual Alexander es miembro fundador. La sola dedicatoria ya anuncia una postura colectiva, y el sustantivo Solsticio será motivo de preguntas que nos llevarán a su luz poética. De ahí que el poema de apertura sea Inicio: «Somos principio / nunca fin / renacemos en cada verso […] // […] Hoy estamos más cerca de la luz / nuestra es la luna / la noche / y el misterio presentado en lechuza // […] Heredamos la noche milenaria de nuestros abuelos». La cantidad de elementos semióticos, una vez leído el poema completo, permiten varias interpretaciones o aproximaciones a ellas (pues nunca adivinamos al poeta a plenitud, como tampoco él conoce el alcance de su voz en la consciencia). El poeta le habla a un nosotros (somos) poseedor de un saber custodiado (luz), otorgado por una tradición (noche milenaria) sostenida por generaciones (nuestros abuelos). Además aparece la lechuza, símbolo de la sabiduría, ave que observa en la noche, es decir: luz en la tinieblas, saber entre el no-saber. Luego pareciera que Inicio son las palabras que se le susurran al oído al que viene, al recién iniciado. Finalmente, hacia el fin del texto, libera las palabras que dan título al poemario: «Cantemos / porque al fin empezó / nuestro viaje al centro del sueño».
4. Poemas como Viaje sin fin, Sapo, AG, AK, reflejan la preocupaciones del hombre, la soledad y sus reflexiones: «Estoy condenado a ser viajante / y me voy poco a poco / como niebla rodante que va de la montaña a la urbe / entonces me quedo solo / como un abismo sin víctimas» (Viaje sin fin). «La tristeza del sapo / se parce a la mía / tiene la piel oscura y fría / llena de noches» (Sapo). «Todo ángel / encierra una bestia / y viceversa» (AK).
Espera y Versos sueltos nos describe el oficio de cazador de poesía: «La poesía es vértigo que enamora // […] Se pasan horas sin mover el señuelo / el corazón aullando a la noche larga» (Espera). «La poesía es un orgasmo del alma / Siempre habla más quien entiende menos / Pobres poetas no saben amar» (Versos sueltos).
5. El tema amoroso tiene protagonismo. No podía faltar en el libro de un poeta joven, que así como conoce el amor también sabe de la pena. Así se presenta como el amante que debe emprender su propia búsqueda para volver junto a la amada: «Una clara mañana me verás en tu puerta // […] pero / hoy / déjame ir a buscar el fin de los caminos» (Promesa).
El amor y el dolor en un mismo ser de belleza se presenta en Albur, mientras que en A media voz encontramos el amor que vuelve y se marcha: «Vendrás a verme / cuando esté dormido / y te irás de nuevo / como la lluvia de anoche».
Hábitat, por su parte, deja un bouquet a lucha, a deseos de volver a ser uno. Anochece tiene un signo mucho más directo: «Quiero verte esta noche / y como un ciego buscar tu boca de niña // […] Quiero que vengas / para remendar mi tristeza»; al igual que Propuesta. Y Moraleja de una despedida es la desolación frente a un amor que fue vencido.
6. Los caballos son memorial de infancia, ese periodo que al pasar de los años se entremezcla con los sueños, y como ellos –al despertar hacia la madurez–, se convierten en el más dulce recuerdo en permanente fuga, a pesar de nuestros esfuerzos por retenerlos. En este poema encontramos a Perulapán, ombligo terrestre del poeta; a su madre, ombligo sanguíneo; el abuelo, imagen de la herencia; y el caballo Goliat, símbolo de la belleza y la tragedia, el amor como camino doloroso y primer encuentro con la muerte: «Yo era niño entonces / pero sabía que los caballos son tristes por dentro // […] Mi abuelo tenía uno llamado Goliat / […] un día ya no lo encontré / […] Goliat se fue persiguiendo una estrella me consolaba mi mamá / […] Ahora lo entiendo / estamos condenados a matar lo que amamos».
Yegua vieja es poema de mismo nervio, pero parece que quien contempla ya no es el niño de otrora. La muerte ahora es solo trashumancia: «Duerme niña que yo lloraré por los dos / […] no tengas miedo de dar el próximo salto // […] mañana te sepultaré bajo el árbol de guayabas / para que de tu cuerpo emane la alegría en frutas rosadas».
7. Así como Inicio da pie a la marcha del nosotros como colectivo, Credo es la proclama individual, construida y compartida a lo largo del camino. Es el cierre y culminación del libro. El poema, denso en ideas, es contundente desde el primer verso: «Creo en el hombre todopoderoso / creador de las ciencias y de las artes». La sola afirmación del primer verso entra en conflicto con la tradición occidental (Jeremías 17:5), mientras que el segundo verso se reencuentra con la religión original, con Quetzalcóatl, el hombre-dios que crea las ciencia y las artes, que “humaniza” al hombre. Esta idea la reafirma más adelante: «Creo […] en el origen de nuestra sangre / […] en la conquista de nuestros pulgares». Comulga con la capacidad divina de la creación (poiesis… más tarde poesía) que solo pertenece a dioses y hombres. O si se prefiere una postura desde el materialismo: el trabajo como fenómeno decisivo de transformación, y la mano, el pulgar, como reflejo de la creación, como lo propondría Engels en el siglo XIX.
El poema sigue: «creo en la poesía una de sus tantas hijas / que está por todas partes / encontrada / no creada de la misma naturaleza que el poema». Estos versos se equiparan a la discusión epistemológica de si las matemáticas fueron descubiertas o creadas, y de similar forma lo resuelve: la poesía está ahí, en todas partes, pero el poema es abstracción del hombre, como los teoremas que nos ayudan a comprender las leyes universales, igual el poema nos lleva a interiorizar la poesía.
Y hacia el final: «Hombres hijos de hombres / luz hecha luz / amor hecho amor […] // Sentados no a la derecha ni a la izquierda / sino en el centro de nuestro universo y de nuestra razón / desde el principio hasta el fin». Los últimos versos son antropocentristas, pero no como propuesta de supremacía, sino como desafío, de conquista. No podemos ser marginales de nuestra propia capacidad, debemos ubicarnos al centro de lo conquistado por nuestros antecesores (principio) y no perder la dirección (fin), para así pasar a los nuestros el gran báculo de la humanidad, la luz, el amor, que ve y avanza más allá del hombre mismo.
8. La poesía de Viaje al centro del sueño refleja, en su apertura y cierre, la pertenencia a un colectivo generacional, uno que gusta andar por las veredas, donde los sueños son árboles entre brumas y la noche se llena del crujir de las piedras al andar. La pasión es silenciosa y el amor de naturaleza triste. Recuerda la herencia, el compañero y la amada. En fin, en el centro del viaje todo es sueño: el amor, el hermano, la memoria, la vida, porque solo por los sueños vale la pena luchar.