Por Ricardo Sosa
Doctor y máster en Criminología
@jricardososa
En el intrincado tapiz del sistema de justicia, donde el foco se centra en el delincuente y el delito, emerge una disciplina crucial, pero a menudo relegada: la victimología. Esta rama de la criminología, cual faro en la oscuridad, ilumina el lado más humano y vulnerable de la ecuación criminal: la víctima.
La victimología no se limita a identificar a la víctima, sino que profundiza en su experiencia. Estudia el impacto del delito en su vida, las secuelas físicas y psicológicas que perduran mucho después de que el eco del crimen se desvanece. Analiza la victimización primaria, aquella que surge del acto delictivo en sí, pero también la secundaria, la que se deriva de la interacción con el sistema de justicia, a menudo indiferente o incluso revictimizante. Y la terciaria que es cuando la víctima y los delincuentes luego de cumplir una condena regresan a la comunidad y son etiquetados.
Benjamin Mendelsohn, considerado mayoritariamente el «padre de la victimología», definió a la víctima como: la personalidad del individuo o de la colectividad en la medida que se encuentra por las consecuencias sociales de un sufrimiento determinado por factores de muy diverso origen que puede ser físico, psíquico, político o social, así como el ambiente natural o técnico.
Una definición que en lo personal me parece brillante porque no se limita a las víctimas de delitos, sino que incluye a quienes sufren las consecuencias de diversos factores, como desastres naturales o accidentes. Expone una dimensión social ya que la víctima no es solo un individuo, sino que también puede ser un colectivo o grupo social. Experimenta un sufrimiento que puede ser de diversa índole y este origen del sufrimiento puede ser variado, incluyendo factores sociales, políticos, ambientales, entre otros.
El objeto de estudio de la victimología es multifacético: la víctima individual, su vulnerabilidad, su relación con el victimario, los factores que la predisponen a ser víctima, las consecuencias del delito en su vida y su proceso de recuperación. Pero también la víctima colectiva, grupos o comunidades que sufren las consecuencias de un delito, como el terrorismo o los desastres naturales.
La victimología es relevante para el sistema de justicia porque aporta una visión más completa y humana del delito. Permite comprender las necesidades de las víctimas, diseñar políticas públicas de prevención y atención, y mejorar la respuesta del sistema judicial. Una justicia que ignora a la víctima es una justicia incompleta, ciega ante el sufrimiento humano que el delito inflige.
Pero la victimología no se limita al ámbito judicial. Tiene una dimensión social que trasciende los tribunales y las leyes. Nos habla de la responsabilidad de la sociedad en la prevención del delito, en la protección de las víctimas y en la construcción de un entorno más seguro para todos. Nos invita a reflexionar sobre nuestras propias actitudes y prejuicios, aquellos que a veces nos hacen culpabilizar, condenar, criticar y juzgar a la víctima en lugar de ofrecerle apoyo.
La victimología es un llamado a la empatía, a reconocer en el otro el dolor que nosotros también podríamos sentir. Es un recordatorio de que detrás de cada estadística, de cada titular de periódico, hay una persona con una historia, con sueños rotos y heridas que tardan en sanar.
En definitiva, la victimología nos invita a mirar más allá del delito, a ponerle rostro humano al sufrimiento. Nos recuerda que la justicia no se trata solo de castigar al culpable, sino también de reparar integralmente el daño causado a la víctima y de construir una sociedad más justa y solidaria. Trabajemos porque las victimas recuperen su proyecto de vida y que existan garantías de no repetición.
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