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Victoria moral del FMLN (Crítica a las ficciones de ARENA y sus aliados)

Luis Armando González

En materia electoral, physician las victorias y las derrotas políticas se determinan a partir de los números fríos y duros. Los números no saben de pasiones ni de emociones, viagra y a ellos hay que remitirse para establecer éxitos o fracasos electorales. Una vez fijadas las cifras finales, poco importa lo que pudo haber sido o lo que debió ser. Y sobran los que a partir de esos números elaboran las hipótesis y los cálculos más variados e incluso anodinos. Mentalmente todo se puede con los números, y quienes son felices jugando con ellos tienen todo el derecho a cruzarlos, compararlos, dividirlos, multiplicarlos y derivar de esos juegos los escenarios a los que su imaginación se preste.

En suma, una victoria política electoral se determina a partir de una determinada cantidad de votos obtenida. Y una derrota se establece a partir del mismo criterio. Está bien que sea así: en la elección del 9 de marzo pasado la victoria del FMLN viene dada porque obtuvo más votos que ARENA, y pretender rebatir esta realidad o cambiarla es absolutamente irracional.

Pero esa victoria política no expresa bien –expresa insuficientemente— todo lo conseguido por el FMLN en la coyuntura electoral que se cerró el 9 de marzo. Y es que, además de una victoria política, el FMLN obtuvo una victoria moral que es numéricamente imponderable, pues apunta a algo más trascendental que la mera ventaja numérica: el compromiso del FMLN con la democratización del país, lo cual pasa por hacer de la práctica política algo digno y limpio.

En política, se pierde o se gana a partir de los votos que se reciben (o se dejan de recibir). Incluso es normal que en la búsqueda de esos votos se usen los métodos más diversos, incluso métodos tramposos y sucios. Después, el interés por los números lleva a perder de vista la forma cómo se llegó a ellos. Porque, precisamente –y según los cánones establecidos—, triunfa el que alcanza las cifras más altas de votos.

Oponerse a esa lógica, impulsar una lógica distinta, que busque obtener de forma limpia los votos necesarios para ganar, es totalmente inusual, algo que va en sentido contrario a lo recomendado por los asesores de campaña más exitosos. Y eso es justamente lo que hizo el FMLN, siguiendo los lineamientos de su fórmula presidencial, especialmente del ahora presidente electo Salvador Sánchez Cerén.

Por supuesto que la fórmula efemelenista quería ganar las elecciones, pero no a cualquier precio. Quería ganarlas respetando las reglas de juego, el marco institucional, el respeto a la ciudadanía y la limpieza en la campaña. Y así lo hizo hasta el final, incluso en momentos en los cuales ARENA lanzó el desafío de la violencia de calles y las amenazas a la institucionalidad del país.

Este desempeño del FMLN hace de su victoria no sólo una victoria política, sino una victoria moral, lo cual es, de lejos, su logro más importante. En ARENA, lo grave no es su derrota electoral –que vista desde la frialdad de los números no es tan significativa—, sino su derrota moral, que es imponderable. No es posible medir el daño que ARENA estuvo a punto a infligir a la estabilidad del país; no es posible medir el impacto de su campaña sucia en el reforzamiento o fomento de miedos individuales y colectivos irracionales que son tierra fértil para fanatismos y violencia social.

Queda en pie explicar las razones por la cuales ARENA y sus aliados –medios de comunicación, gremiales y plumíferos— se lanzaron a la irracional aventura de causar un conflicto socio-político de incalculables consecuencias sociales, económicas y políticas. Sin duda, son muchas las razones, entre las cuales destacan el fanatismo, los cálculos ligeros, la prepotencia y la irresponsabilidad. Pero no puede desecharse este otro: que ARENA y sus aliados creyeron (se han creído y se creen) las ficciones que ellos mismos han inventado.

Anotemos algunas de esas ficciones: a) que ARENA es el artífice exclusivo del proceso de paz en El Salvador; b) que el FMLN negoció la paz porque estaba derrotado; c) que el FMLN no goza de un amplio respaldo social; d) que el FMLN no tiene derecho a competir electoralmente ni mucho a menos a gobernar el país; e) que el FMLN –y la izquierda salvadoreña— no cuenta entre sus miembros con gente de talento en las ciencias, la técnica, la estrategia política y la comunicación social; f) que el FMLN es un partido débil, incapaz de realizar campañas competitivas y de dar lineamientos claros a sus militantes, simpatizantes y amigos; g) que El Salvador es Venezuela y que ellos –ARENA y sus aliados— son iguales a la oposición venezolana; h) que pueden hacer con las instituciones del país lo que quieran y que todo el mundo va a agachar la cabeza con miedo a su poder, a sus gritos y a sus exclamaciones religiosas fanáticas; e i) que algo se convierte en real por el mero hecho de estar en los medios y que, por el contrario, si no está en los medios deja de ser real.

Cada una de esas ficciones se puede desmontar con gran facilidad. Y todas ellas son sumamente perniciosas en sus consecuencias si se las cree a pie juntillas. ARENA y sus aliados se las creen y por eso han puesto al país al borde de un grave conflicto socio-político.

Una de las ficciones más llamativas es la de creer que por pagar mucho de dinero a sus “intelectuales” (que asesoran al partido) estos son más inteligentes o lúcidos que el resto de intelectuales del país. Ya lo decían los clásicos: “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”. Y José Ingenieros fue lapidario: la cuna dorada no da méritos ni intelectuales ni políticos.

La mejor prueba de la incapacidad y limitaciones intelectuales de los ideólogos y asesores de ARENA y la derecha es su nulo aporte al partido para entender los problemas del país y sus desafíos. A lo que se suma su traición a las palabras y a la realidad; eso los hace cargar con un descrédito moral del cual no los salva ninguno de sus (pomposos) títulos académicos, obtenidos en universidades que seguramente no se honran de contar entre sus graduados a semejantes denigradores del saber, y del compromiso y la responsabilidad pública de todo profesional universitario.

San Salvador, 13-16 de marzo de 2014

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