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Villancicos para Jesús

Carlos Girón S.

Con un lleno total lució una de las noches de la semana pasada, la sala del Teatro Presidente  por el concierto que nos brindaron tanto nuestra orgullosa Orquesta Sinfónica de El Salvador -comparable con las mejores del mundo-, como los miembros de nuestro no menos orgulloso Coro Nacional, a los amantes de la buena música, por conmemorarse en esta época el natalicio -hace más de dos milenios- de nuestro Redentor.

Con sus ejecuciones, los artistas elevaron inevitablemente a los asistentes a las regiones celestes. Este concierto fue la noche del 12 de diciembre, justo el día de la celebración de la Virgen de Guadalupe. Una noche antes se había ejecutado en el Teatro Nacional de San Salvador.

La sinfónica estuvo bajo la conducción del maestro Gilberto Orellana H., quien en esta ocasión fue galardonado por su labor de varios años al frente de la misma. El coro fue dirigido por su director Julio Enrique García Polanco. Entre sus cantores y cantoras, algunos adornaron sus cabezas con capelos rojos, dándole más colorido a la escena.

Los conciertos han sido regalos para nuestro pueblo salvadoreño de la Dirección General de Artes del Ministerio de Cultura (así aparece en el programa, no de Educación -lo que para mí es una novedad-). Los asistentes fueron beneficiados con un precio de taquilla sumamente cómodo, y el ingreso de los “adultos mayores” sin pago alguno.

El programa ofrecido fue: el tradicional Adestes Fideles; el “Primer Noel”; “Canto de las Campanas”, de Mikola Leontovich; “El Niño del Tambor”; “Canción de Cuna de Navidad”, de John Rutter; “Mundo Feliz”; “Cántico de Noel Kirkland”; “Festival de Navidad” y “Aleluya El Mesías”, de Friedrich Handel.

Se puede muy bien decir e imaginar que el eco, la resonancia de esta música de los villancicos de estos conciertos se remonta en el tiempo y el espacio para llegar hasta Belén, al pesebre donde yace en su lecho de suave paja el pequeñín que, con los días, vendría a ser el Salvador de todos nosotros. Son, pues, estos villancicos para Jesús, el Cristo Redentor de todos los tiempos.

Mencionaba yo en otro trabajo anterior sobre el Espíritu de la Navidad, que la tradición es la que ha fijado la fecha de Su Natalicio en la que ahora lo celebramos; sin embargo, hay ciertas controversias en torno a este punto. Aquí vale la pena hacer referencia a informaciones que encontramos al respecto brindadas por el Dr. H. Spencer Lewis en su libro “La Vida Mística de Jesús –una obra muy valiosa y reveladora de hechos casi secretos, por cierto del Buen Pastor-.

Dice él: “Durante algunos siglos después de la vida de Jesús, los teólogos cristianos no fueron capaces de fijar la fecha exacta del nacimiento de Jesús”. Y agrega: “Los primitivos cristianos celebraban en el mes de mayo o a veces en abril y también, ocasionalmente, en enero, el festival conmemorativo del nacimiento.

Algunas tradiciones de la primitiva Iglesia cristiana afirman que el 20 de mayo era la fecha exacta, mientras que algunos padres de la Iglesia insisten en fijarla en el 19 o 20 de abril”. Luego añade: “En el Siglo V, la Iglesia de Roma reunió a sus famosos concilios y decidió fijar definitivamente la fecha del 25 de diciembre o la medianoche entre el 24 y el 25.

La verdad es que el Hijo de Dios es intemporal, eterno, y este Su Nacimiento es solo simbólico, aunque encierra otra gran verdad: que él, Jesús, fue una encarnación del mismo Dios viviente, único y eterno. Esto lo saben y reconocen todas las denominaciones religiosas, y no solo ellas, también muchos filósofos, místicos y profetas del pasado. Todos han destacado la personalidad única y ejemplar de Jesús, desde su infancia y edad adulta y su admirable sabiduría como lo demostró a temprana edad ante los sacerdotes del templo, en Jerusalén, quienes quedaban asombrados e incrédulos ante las respuestas que daba a las preguntas que le hacían, además de los consejos y recomendaciones que les daba él.

Y, para cerrar: otro hecho insólito -y es que, como ya lo dijimos antes- si Jesús el Cristo mora dentro de cada uno de nosotros los seres humanos, en el pesebre del corazón, entonces es Dios mismo al que albergamos allí cada uno de nosotros… aunque no lo creamos o aunque seamos ateos o incrédulos…

Difícil de creer y aceptar, pero parece que no queda de otra. Y es esa la importancia que el hombre tiene en el Universo. Según parece y por todos los indicios, y por ese hecho, él, el hombre, no es allí en la dimensión cósmica algo cualquiera, una paja al viento; un haz de átomos y protones perdido en el mar de energías que se mueven en ese ámbito universal. Él juega un papel importante en ese tinglado. A mi me parece que es alguien así como el lugarteniente o asistente de Dios. Por eso quizá, los sabios de la antigüedad sostuvieron que la Mente Universal o Cósmica (de Dios), está conformada por las mentes de todos los seres humanos.

Así las cosas, no fue por gusto, por presunción, ignorancia o locura, el planteamiento de la primera teoría del egocentrismo antes de Copérnico en la concepción del fenómeno cósmico. Porque si el hombre es habitante de la Tierra, entonces tiene verosimilitud el concepto similar de aquel geocentrismo  que se postulaba en aquellos tiempos.

Pido disculpas por haber derivado otra vez a otros meandros o sinuosidades distintos del tema principal: que todos los villancicos que se escuchan en conciertos, como este que comento, o en las fiestas familiares o empresariales, y en las transmisiones radiales, suenan y resuenan para loar al Niño Jesús.

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