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Violencia, Estado, corrupción

Alejandro A. Tagliavini*

El destacado economista Thomas Sowell decía que “la política es el arte de hacer aparecer deseos egoístas como si fueran de interés nacional”. No creo que se refería al reciente escándalo en Australia, debido a la difusión de videos en los que se ve a empleados del gobierno realizando actos sexuales en el Parlamento, aparentemente traían prostitutas para “el placer de los diputados”, según la denuncia. Antes ya habían ocurrido una serie de casos que han generado protestas en todo el país. Pero, aunque “moralmente, están terminados”, lo cierto es que no han violado ninguna ley.

Más bien Sowell se refería a que, al fin de cuentas, el deseo de todo político es ganar las elecciones o, sobre todo, ganar poder para sí mismo no importa cómo. Pocos días atrás, en Japón, un ex ministro de Justicia reconoció ante un tribunal que pagó sobornos, a políticos locales y simpatizantes durante la campaña, para que su esposa sea elegida para la Cámara Alta del Parlamento. El ministro renunció en octubre de 2019, tras salir a la luz el escándalo, y en junio fue detenido junto a su esposa, y permanece detenido en el Centro de Detención de Tokio.

Por cierto, esto desarma el mito de que la corrupción ocurre solo en los países subdesarrollados. Hace muchos años, hablando en privado con un muy importante editorialista de The Wall Street Journal hoy retirado, me decía que había en EE. UU. tanta corrupción entre los políticos como en Latinoamérica, es solo que nadie lo dice, sobre todo, porque las penas por “calumnias” son muy duras, si el periodista no puede probar lo que dice o no tiene suficiente poder para que evitar que sus jueces sean parciales.

Pocos años atrás, estaba en un muy glamoroso centro de esquí en la “prolija” Suiza. Tomaba un café con un amigo que pasaba allí todas las temporadas. Entra un personaje simpático y saluda a muchos, incluido mi amigo que, cuando se aleja, me dice: “Este tiene mucho dinero, es que a él hay que ‘pedirle permiso’ oficial si quieres construir algo en este pueblo”.

“Que triste es para la república y que odioso es para las buenas personas ver que aquellos que entran en la administración pública cuando son pobres terminan ricos y gordos en el servicio público”, decía Juan de Mariana, jesuita y escolástico español del Siglo XVI. Ya se ve que esto de la corrupción es bien antiguo.

Según la Real Academia Española -por tomar alguna referencia, aunque no sea la mejor- corromper es alterar, trastocar la forma de alguna cosa, echar a perder, depravar, dañar, pudrir. En consecuencia, como la violencia es, como ya lo señalaba Aristóteles, el intento de desviar, desvirtuar, el curso natural del cosmos implica corrupción. Y el Estado es, precisamente, el monopolio de la violencia y, por tanto, monopólico agente corruptor.

Al contrario del mercado, en donde las partes pacífica y voluntariamente acuerdan las acciones -compran y venden acordando un precio- para beneficio de todos ya que de otro modo el acto no se realiza, el funcionario estatal se impone coactivamente utilizando su poder de policía. Aunque su falaz argumento sea la “ley”, o lo que fuera, al final, en el momento del acto su decisión es propia, ergo, egocéntrica. Y así, al imponerse violentamente, coactivamente, esto es, contra la voluntad de otra persona, induce al violado al quedar disconforme a corromper al burócrata que, normalmente, acepta de buen grado el soborno.

           

*Asesor Senior en The Cedar Portfolio  y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

@alextagliavini

www.alejandrotagliavini.com

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