Luis Armando González
En nuestro país –aunque no solo en él— se ejerce una violencia contra la lógica, que va más allá de ella, pues lo que se busca, muchas veces, es amañar los argumentos con el propósito de manipular a los demás. No es solo un asunto de las palabras y su uso, sino de lo que está detrás: la deformación de la realidad, lo cual comienza precisamente con la perversión del lenguaje.
Una moda en El Salvador es la de “contradecir” lo que otros afirman, con el objetivo de demostrar sus errores o refutar sus planteamientos. Abundan los que están dispuestos a oponerse a una tesis a partir de planteamientos que a su criterio son una negación de la aquélla. Ahora bien, lo que destaca en buena parte de esos esfuerzos “negadores” es su inconsistencia lógica, pues se suele violar flagrantemente el principio de negación que en lógica es simple y preciso: lo opuesto de A (su negación) es no A. No es B o C, o no B o no C. Es decir, la contradicción de A es no A; la contradicción de B es no B; y la contradicción de C es no C. Y así, sucesivamente.
El P. Ignacio Ellacuría decía en sus clases que la mejor forma de entender la contradicción era imaginarse dos trenes que van en la misma línea férrea pero en dirección opuesta, pues eso lleva a su colisión directa. En ese sentido, en el plano argumentativo contradecir una afirmación o una tesis es sostener lo contrario de esa tesis o afirmación. Veamos algunos ejemplos. Si alguien afirma que la pobreza en El Salvador ha disminuido, el argumento que contradice esa afirmación es que la pobreza en El Salvador no ha disminuido. O si alguien afirma que en el país no hay pobreza, la tesis contraria es que en el país hay pobreza. Lo mismo vale para la seguridad o la inseguridad: si una persona sostiene que en el país la inseguridad ha disminuido, la tesis opuesta (que contradice su argumento) es que en el país la inseguridad no ha disminuido. Mientras que si alguien afirma que El Salvador es un país sin violencia, la tesis opuesta es que El Salvador es un país con violencia. En todos esos casos, los datos deberían ser el sostén de los argumentos en uno u otro sentido.
Por otro lado, ante cualquiera de las tesis anotadas arriba se puede reaccionar con afirmaciones que se plantean como una contradicción, pero que no lo son. Por ejemplo, ante la afirmación de que en El Salvador la pobreza ha disminuido, se puede argumentar con estos tópicos: “quien lo dice es un tonto”, “los homicidios continúan”, “tenemos pobreza”, “la migración no se detiene”, etc., lo cual a lo mejor es cierto –habría que detenerse en cada situación—, pero con tales aserciones no se está negando (no se está contradiciendo) la afirmación de que en El Salvador la pobreza ha disminuido, ya que no hay una colisión directa entre una afirmación y la otra. Y esto vale para los otros casos.
¿Qué sucede en El Salvador con esa exigencia de la lógica básica? Pues sencillamente es violentada permanentemente. El modo más común de hacerlo es mediante argumentos ad hominen, es decir, atacando o descalificando a la persona que sostiene algo con lo que no se está de acuerdo. Tal como reza la definición de este tipo de argumentos, un “argumentum ad hominem es una descalificación que en vez de enfocarse en la lógica y evidencias de los argumentos presentados, se dirige contra la persona del que los presenta, o [en contra] de otras personas que también los sostienen o las han sostenido”1. Usualmente, la descalificación consiste en un ataque artero: “la persona que sostiene tal afirmación es tonta o ignorante”; “es una persona vendida”; “es corrupta”; y así por el estilo.
Otra forma de hacerlo consiste en identificar, en la persona que sostiene argumentos que no nos gustan, motivos o intenciones presuntamente ocultas y que permiten exclamar a quien las encuentra “¡eureka!, encontré una falla indiscutible en la postura de mi rival”2.
Naturalmente que ni los ataques a la persona que emite una opinión ni la identificación de presuntos motivos ocultos que la llevaron a emitirla son una refutación de sus argumentos. Sin embargo, quienes proceden de esa manera –y en nuestro país, basta dar un vistazo a Facebook para darse cuenta de ello— no cejan en sus arremetidas personales o en sus afanes por identificar los motivos ocultos que están detrás de tal o cual argumento.
También es común encontrar “refutaciones” a determinados planteamientos que recurren a “pruebas” ajenas a (o solo relacionadas con) lo que se pretende refutar. Así, un político de derecha ha grabado un mensaje –que se pudo escuchar en días recientes, a través de los parlantes instalados en un vehículo en el Centro de Gobierno, lo siguiente: “ellos dicen [es de suponer que se refiere a funcionarios del actual gobierno] que han disminuido los homicidios, pero El Salvador aparece en el cuarto lugar de una lista de los países más violentos”. Quien grabó este mensaje no está refutando a quienes afirman que los homicidios han disminuido, por más que él lo crea así. Hay que enseñar a este político que la negación de A es no A. Dicho en lenguaje llano, cuando alguien sostiene que en el país han disminuido los homicidios no está diciendo que El Salvador no es un país violento, sino más bien lo contrario: está asumiendo que lo es.
1. http://www.falacias.org/falacias/argumentum_ad_hominem/
2. Ante un texto que escribí sobre las percepciones –“Las percepciones como problema”— una persona comentó, ufanándose, más o menos lo siguiente: “la intención de Luis González con su escrito es quitar legitimidad a las encuestas”. Qué puedo decir: es posible que mi intención haya sido esa (o cualquier otra), pero quien la “descubrió” no refutó con ello ninguno de los argumentos de mi texto.