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Violencia y sexo en cuarentena

José M. Tojeira

El encerramiento en un solo lugar, la propia casa, y durante tanto tiempo, ha sido para muchos salvadoreños una experiencia dura peo con elementos positivos. Jugar con el hijo o la hija pequeña, ayudarles con tareas, dialogar con la esposa, reflexionar sobre la propia vida, leer sobre temas de interés, son algunas de las cosas que en medio de lo duro del encerramiento dejan experiencias positivas. Pero también muchos salvadoreños han sufrido junto con el encierro experiencias de desencuentros familiares, crisis nerviosas, violencia y abusos. Especialmente el abuso sexual contra el y la menor, que es una de las plagas más terribles y constantes de nuestra sociedad, viendo el número de denuncias existentes, requiere de una reflexión. Los datos expresados en denuncias de estos primeros meses del año (cinco meses) no llegan ni a la mitad de las denuncias presentadas el año pasado durante el primer semestre. Las dificultades en la movilización puede ser una causa del descenso. Pero aun así los datos son estremecedores y ameritan pensamiento y cambio.

En efecto, durante la semana recién pasada se publicaron en los medios los datos de abusos contra menores que se han dado en estos cinco primeros meses del año. La fiscalía ha reportado 974 casos de violencia contra menores. De ellos 457 casos son de violación de menor o incapaz. Contrasta la diferencia con los más de 2000 casos denunciados en el primer semestre del año 2019. La única explicación es que ha habido un subregistro de datos debido a las circunstancias de confinamiento, ausencia de transporte, miedo al agresor que continúa conviviendo con la persona agredida. A pesar de lo duro de la realidad del año pasado en este aspecto, los avances en las medidas que pueden detener el abuso han sido muy pocas. En realidad, hasta finales del año pasado se estaban dando a conocer los protocolos escolares contra el abuso, redactados hace varios años. En otras palabras, que ni siquiera en las escuelas ha habido en los últimos años una real e intensa campaña contra el abuso sexual de menores. Y en el sistema judicial solamente terminan en sentencia condenatoria el 10 % de las denuncias presentadas en fiscalía. Pensar que la violencia y el acoso han disminuido porque el número de acusaciones ha bajado no tiene lógica.

Es evidente que si mantenemos en el país una cultura machista y no mejoramos a través de la educación la conciencia de la igual dignidad de la mujer y el varón, la realidad del abuso va a continuar durante demasiado tiempo. En estos tiempos de pandemia y autoconfinamiento que ha tensado tanto la política como la vida de muchas personas, han abundado en las redes el insulto machista a las mujeres que emiten un pensamiento crítico sin que haya en la práctica consecuencias para quien se degrada insultando. Este modo de actuar en un momento que se requiere más solidaridad y más respeto por la mujer, sobrecargada con el trabajo del hogar y del cuidado, no ofrece perspectivas positivas para el futuro. De insultar a la mujer groseramente al acoso o incluso violación de menores solo hay un paso y demasiado corto, aunque no todo el mundo lo recorra. La relación del abuso sexual con la cultura de la violencia está ampliamente demostrada y es por tanto un elemento muy a tener en cuenta. Quienes dividen el mundo entre superiores e inferiores, aunque sea inicialmente solo entre varones y mujeres, pasan demasiado rápidamente a ejercer violencia contra los débiles y vulnerables, sean del sexo que sean.

En la práctica los dos caminos con mayor eficacia para contener el abuso sexual, e incluso la violencia, son la educación y la justicia. En El Salvador no se ha trabajado con seriedad la educación sexual ni tampoco se ha luchado con interés contra el machismo. Enfrentamos hoy la necesidad de incorporar a toda la población en las tareas de reconstrucción de nuestra economía. Y aunque algunos piensen que la economía se reconstruye solamente con inversión y trabajo, lo cierto es que sin relaciones humanas justas la economía solo resulta un factor más de la multiplicación de la desigualdad. Mantener en un nivel de inferioridad a la mitad de la población salvadoreña, que es lo que trata de hacer el machismo, es la mejor manera de fracasar una vez más en la tarea del desarrollo, tan crucial en estos momentos de nuestra historia.

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