José M. Tojeira
Seguimos con la violencia en carne viva, sovaldi afligiendo al pueblo salvadoreño. Nuestro arzobispo decía con razón que el tema es prioritario y resolverlo de extrema urgencia en El Salvador. Sabemos las causas, sovaldi pero no acabamos de poner remedio a las mismas. La impunidad durante la guerra y después de ella hasta el presente, las desigualdades económicas y sociales escandalosas, la proliferación de armas y el escaso control de las mismas, la enorme cantidad de jóvenes sin escuela en la edad de la adolescencia, o sin trabajo formal a partir de los 18 años, la cultura machista, siempre violenta, y su afición al alcohol, son algunas de las causas más conocidas. Y los remedios a las mismas caminan lentos. A ello se une la pérdida de control territorial en algunas zonas y el tema de los valores. Sobre esto último es importante hacer algunas reflexiones.
Venimos de una cultura violenta, en la que la fuerza ha tenido prioridad sobre lo razonable, lo justo y sobre la capacidad de diálogo, de misericordia y reconciliación. Se ve con cierta frecuencia en el hogar, donde el autoritarismo, cuando no los golpes o el abuso, son frecuentes. Se ve también en el espíritu de venganza personal, que no busca mediaciones y diálogo, sino dañar al considerado ofensor y enemigo. Incluso en el derecho y en las leyes se recurre demasiado al derecho penal y al castigo más que a otras formas de mediación. La insistencia en leyes más duras es el correlativo de la mano dura y casi siempre con el mismo y nulo éxito y eficacia. La afirmación “usted no sabe con quién se está metiendo”, tan repetida en discusiones y enfrentamientos, refleja la tendencia a recurrir a la fuerza y la influencia antes que al diálogo y a la solución pacífica del conflicto.
Sin embargo, en los años posteriores a la guerra han ido apareciendo nuevos elementos que nos hablan del crecimiento de una cultura más pacifista, dialogante y constructora de una nueva cohesión social. El pensamiento y la acción de quienes defienden los Derechos Humanos, la actividad en torno a la defensa y protección de la mujer y del niño, la participación de las Iglesias en actividades de reconciliación y de rehabilitación, las figuras crecientes de personas pacíficas como Mons. Romero y muchas de las víctimas del pasado van abriendo camino en este campo de los valores. El mismo diálogo que terminó con nuestra dura guerra civil tiene una fuerza icónica, aunque con el peligro de debilitarse con la politización y polarización de todo acto que se pretenda nacional. Sin embargo, a pesar de este crecimiento de la conciencia, pues eso reflejan los valores, los pocos pasos que se dan de tipo estructural, el seguir manteniendo desigualdades e injusticias, las manos y leyes duras en vez de inversión en la gente, impiden que la nueva cultura tenga el efecto deseado en nuestra sociedad. Hay sin embargo una acumulación de fuerzas que en la caminata del día 26 de marzo, por la vida, la paz y la justicia, se manifestó con fuerza e independencia.
En este contexto, y sabiendo que la inversión en desarrollo, educación y trabajo juvenil digno es determinante para enfrentar la violencia, es además importante invertir en la formación en valores y en la construcción de cohesión social. Muchos grupos religiosos, por poner un ejemplo, envían a sus jóvenes urbanos al campo, a ayudar y colaborar en cantones y en zonas de mayor pobreza, porque saben que en esas comunidades hay un verdadero reservorio de valores. La reciente publicación del PNUD “La pobreza en El Salvador desde la mirada de sus protagonistas”, nos dejan ver los valores y esperanzas de nuestros hermanos más débiles. Valores muchas veces mucho mejor enraizados que los de las élites nacionales. Gente empobrecida pero con una enorme resistencia ante su difícil situación, solidaria y generosa con quien llega a acompañarles, abierta a la esperanza y llena de amor a la tierra. Además de elaborar un buen proyecto de educación en valores escolar, del que existen ya interesantes modelos, es necesario conectar personas, multiplicar relaciones sociales solidarias, generar solidaridad e intercambio. Un país con desigualdades graves y que simultáneamente invita a los más favorecidos a tener como objetivo el establecer su vida en verdaderas burbujas de bienestar y consumo, jamás conquistará la paz social. Los valores se pueden inculcar en la escuela, pero hay que vivirlos y convivirlos precisamente con aquellos que mantienen valores aun en el contexto de una vida difícil y muchas veces claramente injusta.
La formación en valores no será plenamente eficaz si no crea encuentro, cercanía humana. Porque los valores no son una lista de nombres que se aprenden de memoria o se utilizan para insultar o alabar al gusto del consumidor. Al contrario, lo que llamamos valores son una especie de indicadores que nos muestran el camino de humanización que los seres humanos hemos ido depurando a través de una historia muchas veces dolorosa y llena de contradicciones. Unos indicadores que nos llevan siempre hacia el otro, hacia la relación fraterna, solidaria y generosa. Que chocan con la violencia y la superan desde una racionalidad más humana, desde una capacidad de diálogo generadora de cercanía, desde la fortaleza del que sabe mantener la solidaridad y el espíritu fraterno incluso en medio de las contradicciones más fuertes. Muchos jóvenes cultivan ya este modo de ser y vivir. Ampliarlo, racionalizarlo, abrirlo desde una escolarización universal a todos y todas es también una manera de vencer y superar la violencia.
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