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Volver a lo fundamental

Francisco Javier Bautista Lara

Cuando niño, se cree en todo; de joven, casi (parece), que no se cree en nada, y en la madurez, se suele creer en lo fundamental, se vuelve a los recuerdos-aprendizajes esenciales del niño que fuimos –aunque algunos, quizás, nunca tuvieron la oportunidad de serlo-, se depuran los excesos fantásticos y derivados de la fructífera imaginación que con frecuencia el tiempo y el entorno fueron apagando.

No siempre en todas las personas esos procesos logran percibirse. No son solo etapas cronológicas, más que eso, son períodos existenciales, cuya medición no se puede restringir a la edad. Para unos se prolongan, para otros pasan con brevedad, es posible que alguna de estas etapas nunca llegue.

¿Qué quedó de la niñez? ¿Hubo niñez? ¿Qué es lo fundamental que prevalece de las experiencias de la vida, del camino recorrido, de las interiorizaciones personales? ¿Aprendimos o muchas experiencias pasaron de lejos? De niño vamos adonde nos lleven, de joven y adulto, intentaremos ir adonde queramos, aunque no siempre podremos, y en la madurez de la vida, adonde nos lleven y quizás quieras o te resignes a ir, y a veces, aunque desees, no podrás, dependerás de otros. Las cosas se habrá simplificado, la rutina se habrá impuesto, quizás la soledad, el silencio, la serenidad, serán compañía cotidiana, y no es malo, quizás la prefieras y busques, pretenderás huir del bullicio y la multitud, y te refugiarás en los círculos más cercanos y privados, en ellos desearás permanecer siempre que sea posible, detener allí el tiempo que pasa con su usual y convencional persistencia. Vos amigo lector o lectora, de esta simplificada referencia, ¿dónde te encontrás? Seguramente no serás el niño que cree en todo; ellos no leen estas páginas. Dudo que podrás ser de los que no creen en nada o casi nada, ellos, precisamente por estar en las turbulencias de la vida, de las agendas exhaustas, de la salud que perciben inagotable, de la fuerza que confía que todo lo puede “por sí solo”, no tendrán tiempo ni interés para detenerse en leer este y muchos de estos artículos que se publican. Perciben inagotable la agitada y “saludable juventud”, persistirán en el ánimo de cuestionarlo todo, eso que con frecuencia resulta necesario para romper paradigmas y cambiar… Quizás leerán el título, y saltarán la página, o habrán visto un párrafo del texto en versión electrónica, en las redes sociales.

Así que deduzco, con el riesgo de equivocarme, como solemos equivocarnos en nuestras percepciones los seres humanos, que están próximos a esa tercera etapa, que, no es lo mismo a lo que llaman “tercera edad”, pues ello responde más a lo cronológico, para adquirir “privilegios formales” y asumir sus consecuencias irremediables, la posibilidad –no mayoritaria-, de acceder a los “beneficios” de la seguridad social por jubilación, al privilegio de no hacer fila y conseguir estacionamiento.

¿Qué es creer? Aceptar como cierto algo (aunque no lo pensemos ni tengamos forma de comprobarlo), se da por sentado, sin discusión, resultará obvio. Lo que creemos será infalible hasta que un día (que tarde o temprano ojalá llegue), lo cuestionemos y muchas “verdades” serán olvidadas, caerán derrumbadas, otras se impondrán sin discusión. ¿Qué quedará? Es preciso que subsista lo fundamental. ¿Para qué? La simplificación, la simplicidad es en realidad lo útil. Hay un texto del erudito ideólogo cristiano, san Agustín (354 – 430), obispo de Hipona: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”. Creo que en la línea inicial del párrafo citado, está, en una reducción absoluta, lo esencial. Lo único que realmente vale la pena aprender y preservar. Sin embargo, vivimos preguntándonos, viene otra cuya respuesta es inagotable, no tiene una definición acabada porque no procede de una elaboración conceptual sino de la profunda experimentación personal: ¿qué es amar?

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