Luis Armando González
No suelo escribir en primera persona, salvo en contadas excepciones. Pienso que referirse a las experiencias y decisiones de uno mismo puede dar lugar a que quienes leen digan, con justa razón, “y a mí que me importa lo que le haya sucedido a este fulano”. Así es que en muy pocas ocasiones me he atrevido a correr ese riesgo, y esta es una de ellas. Y lo hago porque creo que lo que voy a referir aquí como algo personal fue compartido por mucha gente en las dos rondas electorales que dieron el triunfo a Salvador Sánchez Cerén como Presidente Constitucional de la República 2014-2019.
Pues bien, en esos dos eventos electorales mi voto fue para él, sin titubeos de ninguna naturaleza. Quiero compartir con los lectores las razones que tuve para sumar mi voto a su triunfo. Sé que personas queridas y cercanas votaron por él por razones similares, y no creo estar tan lejos de la realidad si digo que pienso lo mismo de los miles de salvadoreños que lo apoyaron en 2014 y que lo convirtieron en Presidente de El Salvador.
Y aquí es de rigor señalar que Sánchez Cerén es Presidente de la República porque así lo quiso la mayor parte de salvadoreños que votó por él en 2014. Poner en tela de juicio su ejercicio presidencial o peor aún pretender impedir su finalización es ir en contra de la voluntad de esa mayoría, que tendría sobrados motivos para sublevarse en caso de que prosperaran esas enfermizas iniciativas de carácter golpista.
Entonces, ¿por qué voté por Sánchez Cerén? Por varias razones, de las cuales unas atañen a su personalidad y otras a su trayectoria política. En lo primero destaco su honestidad, sencillez, don de gentes, sentido del equilibrio y la prudencia, ausencia de aires de grandeza, tolerancia, calidez y respeto hacia los demás. No hay en Sánchez Cerén petulancia o arrogancia, y sí mucha humildad. No veo en él autosuficiencia, sino un afán de escuchar a otros y aprender. No hay en él una intención de servirse de otros, sino de servir a los demás, lo cual viene de lejos en su vida. Porque es esa vocación de servicio la que explica su opción por la docencia, como maestro de escuela, lo mismo que su compromiso con las luchas magisteriales y posteriormente con el movimiento revolucionario salvadoreño.
Considero a Salvador Sánchez Cerén una persona honesta y comprometida con la causa de la justicia, una persona preocupada por la dignidad de los demás. Una persona íntegra, no ambiciosa ni egoísta, que en su modo de ser, su educación y su contextura física guarda semejanzas extraordinarias con la mayor parte de la gente de este país. Es un hombre del pueblo. Ni más ni menos.
Y son esas las razones de tipo personal que me llevaron a votar por él. Es lo opuesto a lo que la publicidad y las engañifas de la derecha nos vendieron siempre como el ideal de político que, en realidad, no existe más que en las elaboraciones publicitarias. Fueron esas engañifas las que hicieron creer a amplios sectores de la población de que los prohombres de la derecha –o quienes eran bendecidos por ellos— eran los únicos con derecho a gobernar. Exitosos, blancos, bien parecidos –según calcos de las revistas de moda–, con una educación presuntamente exquisita y privilegiada, que usan la “s” cuando hablan, que no sudan y que conocen de la última moda en trajes a la medida. Es decir, nada que ver con la gente sencilla del pueblo, con sus rasgos indios, su tez morena, tostada por el sol, y su educación en las duras faenas de la vida.
Precisamente, eso fue lo que valoré y sigo valorando en Sánchez Cerén. Su procedencia del pueblo del que yo también vengo. Sus rasgos físicos, su forma de hablar y su modo de ser que fueron las de mis abuelos y mis padres, y que son los míos. Me honra tenerlo como Presidente, porque con él se ha puesto fin a una lógica de exclusión política de lo popular, de lo sencillo, de lo humilde.
Pero no voté por Salvador Sánchez Cerén sólo por lo anterior, que es por supuesto valioso. Voté por él por su trayectoria en las luchas por la justicia en este país. Voté por él por su experiencia en las luchas magisteriales y también –por supuesto que sí— por su experiencia y liderazgo en la lucha revolucionaria y en la guerra civil. Voté por él por su compromiso con la paz desde las filas insurgentes y su papel como diputado en la Asamblea Legislativa en tiempos difíciles para la izquierda en general y para el FMLN en particular, dada la hegemonía política de la derecha hasta 2009. Voté por él por su experiencia como Vicepresidente de la República en 2009-2014, y por su liderazgo en un FMLN con una militancia cada vez más crítica. Pocas personas en el país, y en las filas de la izquierda, acumulan la experiencia política (tanto en la guerra como en la paz) de Sánchez Cerén.
Se trata de una larga y agotadora trayectoria política, en su mayor parte llena de riesgos y carencias de todo tipo, que a estas alturas ha dejado sus huellas imborrables en su cuerpo, en su voz y en su salud. No en su inteligencia y su capacidad de razonamiento que, con el paso del tiempo y la experiencia acumulada, tienen más sabiduría que antes. Porque si algo valoro en Sánchez Cerén –aparte de los aspectos ya apuntados— es su sabiduría, tejida a lo largo de una dilatada –larga, muy larga— trayectoria de vida, marcada por experiencias y aprendizajes ricos, diversos, novedosos y no exentos de riesgos.
En 2014 vi a un hombre honesto, justo, luchador, sencillo, con sabiduría y con una experiencia política extraordinaria: por eso voté por él. En 2017 sigo viendo a Salvador Sánchez Cerén de la misma manera. Cae por su peso que no voté por él –lo mismo que muchas personas queridas a las que conozco— por lo que no es. Hay quienes, con un afán manipulatorio evidente, desestiman lo que él es –su trayectoria de vida—y le exigen que sea alguien distinto. Pues no: lo que Sánchez Cerén ha realizado a lo largo de su vida no sólo lo hace ser quien es, sino que es lo que hizo que alguien como yo le diera un voto en 2014. Su trayectoria de vida, tejida de convicciones firmes y de compromiso con la justicia, es algo que lo cual él debe sentirse orgulloso.
Por otra parte, pasada la época de la violencia política en el país, la vida de Sánchez Cerén –los momentos cruciales que configuraron su vida política— es pública. Cualquier persona medianamente informada sobre el país y sobre la izquierda conoce su trayectoria como profesor normalista, revolucionario, dirigente del FMLN, firmante de la paz, diputado, Vicepresidente y ahora Presidente de la República. Este es, en resumen, el curriculum vitae (CV) de Salvador Sánchez Cerén. Se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo con el contenido del CV del Presidente, pero que tiene uno amplio y rico eso es indiscutible. Por tanto, es una verdadera imbecilidad decir que Sánchez Cerén no tiene un CV, pues las personas que suelen no tener uno son las que apenas comienzan, por su juventud, su trayectoria laboral. Es una idiotez creer que sólo tienen un CV las personas con grado académico superior. Hay aquí un desprecio imperdonable a quienes no ostentan esos grados (o sea, a la mayor parte de la gente), como si un técnico, un mecánico, un carpintero o un profesor no tuvieran una trayectoria laboral que los respalde y los honre.
En cuanto a la petición del CV del Presidente de la República me parece algo falto de sentido. Y ello porque como dicen las definiciones al uso de un CV “es el documento de presentación de habilidades, de formación y de vida laboral, con el fin de optar a un puesto de trabajo” . Es decir, cuando alguien aspira a un puesto de trabajo tiene que presentar al empleador potencial –por propia iniciativa o porque se lo piden—su CV, por dos motivos básicos: 1) porque el empleador no conoce al aspirante, su trayectoria, habilidades y experiencia; y 2) porque el empleador debe tener un respaldo que justifique la contratación o no del aspirante al empleo. No es inusual que si una persona asciende en el seno de una empresa no se le solicite su CV, pues se conocen sus habilidades, formación y vida laboral.
Es decir, un CV es un instrumento que se usa en el mundo laboral con una finalidad específica: optar a un empleo. Si alguien no aspira a un puesto de trabajo (o no le ofrecen uno) no está obligado a presentar su CV. Por tanto, es absurdo estar pidiendo el CV del Presidente si él no está optando a un empleo y sí, además, su trayectoria personal y política es de sobra conocida. Estas líneas pueden ser de ayuda para quienes estén interesados por él, dentro y fuera de El Salvador.
San Salvador, 20 de marzo de 2017
*El autor es Licenciado en Filosofía por la UCA. Maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO, México. Docente e investigador universitario.