Miguel Ángel Chinchilla Amaya
Se me ocurre ahora escribir sobre este tema debido al penoso caso del tipejo con apellido musulmán que publicó recientemente en las redes sociales el video donde su novia, sales una imprudente e incauta estudiante universitaria, check le practica sexo oral mientras él llevándosela de jeque la trata como a cualquier hetera mientras la filma con su teléfono celular.
Antes que nada quiero repetir la premisa que hace algunos meses pronunciara Umberto Eco respecto a las redes sociales, en el sentido que hoy día un imbécil goza de tanto espacio en el mundo virtual como lo tiene un premio Nóbel, o como se dice por ahí, desgraciadamente en la actualidad la tecnología democratiza la estupidez.
Solo es cosa de observar la cantidad de babosadas que la pobre gente mensajea ya sea por Facebook, Tweeter o Whatsapp, para darnos cuenta del grado de desviación cultural y la supina soledad que aqueja a la triste humanidad: desde la foto de la sopa de frijoles que se van a tomar en el almuerzo hasta los falsos mensajes atribuidos a grandes pensadores, sin mencionar los horrores de ortografía que llegan de veras a ofender.
Se convierten entonces las redes sociales en canales electrónicos propios para fisgones y depravados, que no cuentan con mayores recursos cerebrales en el uso de esta herramienta electrónica, que sin duda bien utilizada posee nobles beneficios. Así pues la pornografía y el voyerismo encuentran en estos canales inéditas formas de difusión, sobre todo en países del tercer mundo en los cuales no existen leyes específicas que penalicen este tipo de perversiones. El voyerismo o voyeurismo es la contemplación de personas desnudas que realizan algún tipo de actividad sexual. Procede el término de la palabra francesa VOIR (ver) que ya traducida significa mirón, fisgón o capeón del verbo capear (entretenerse según una de sus acepciones) como se denominaba en mi infancia a las personas que gustaban observar las cosas prohibidas, ya sea a través de cerraduras, resquicios, cortinas, o medios electrónicos como cámaras, videos y hoy en día por supuesto la Internet.
La primera noticia histórica del voyerismo la encontramos en Heródoto de Halicarnaso (484-425 A.C.) en su obra monumental LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA: Candaules último rey de Lidia por presumir la belleza de su mujer, induce al súbdito Giges a espiar a la reina cuando esta se desnuda en la alcoba, pero la mujer se da cuenta y sin hacer escándalo obliga entonces a Giges para que mate a su marido el rey por la falta que ha cometido, convirtiéndose Giges de esta manera en el nuevo rey. Este relato de Heródoto que desde luego guarda una moraleja, ha servido a muchos escritores, músicos, pintores y cineastas para recrear dicha aberración conocida como candaulismo la cual es una forma de voyerismo, que por cierto no tiene relación alguna con el intercambio de parejas.
Es decir, este tipo de perversiones sexuales no es nada nuevo y quien las practica lo hace por presumir o por exhibicionismo, detrás de lo cual según la psiquiatría se esconden traumas emocionales de la infancia y/o adolescencia, que producen psicopatologías como la parafilia, el fetichismo, el sadomasoquismo, la escoptofilia y el troilismo, este último término tomado de una obra de Shakespeare titulada “Troilo y Crésida” que más o menos trata sobre el mismo asunto. Solo me pongo a pensar que habría sucedido si en tiempos del Marqués de Sade ya hubiese existido la Internet.
O sea, este tipo bajero que puso en evidencia las perversidades que cometía con su incauta novia, obviamente es un parafílico que por presumir su machismo trasnochado ha caído en el cometimiento de un ilícito, ya que en la actualidad existen en nuestro país nuevas normativas que protegen a las mujeres contra este tipo de abusos, como son la Ley de Equidad, Igualdad y Erradicación de la Discriminación Contra las Mujeres, y la Ley Especial Integral para Una Vida Libre de Violencia Para las Mujeres.
En países del primer mundo como Inglaterra y Canadá el voyerismo es un delito sexual. A ver qué pasa entonces con este caso que viene a probar de nuevo el funcionamiento de la justicia en El Salvador, que hoy por hoy sigue descalabrado y sin muchas ganas de recuperarse ¡Abur!