El sonar de las campanas ya anuncia un nuevo día, estamos al teléfono; desgastados, agotados, inmersos en las voces y suspiros que lanzan bestiales nuestras almas.
La distancia ¿Qué es sino la falta de tus manos en mi cuerpo? Y aquél frenesí sumergido en un mar de suspiros, exhalaciones e inhalaciones pausadas, costosas, fuertes, profundas…
Mi piel, un lienzo en el que solías dibujar constelaciones uniendo mis lunares con tus dedos, se eriza sólo de imaginarlo, de imaginarte poseyéndome enteramente como sueles hacer sólo con una sonrisa, una mirada, un beso. Entonces siento cómo se vacía el mar de mi interior para que provoques un tsunami adentro. Cielo, nubes, truenos y estrellas…Veo estrellas y entrecierro los ojos al recordar tu voz baja, ronca y queda, diciendo los secretos que los alquimistas no han descubierto, verdades absolutas, leyes de la muerte, el secreto de la vida eterna y la inmortalidad. Sólo ahí logro comprender que había estado apagada toda mi vida, y con mis manos, sucesoras de Colón, desesperada busco el botón para encender los fuegos artificiales de mi alma. Y así quedamos. Lejos, cerca, distantes y en el mismo lugar, unidos por el lazo interminable de la calle del hospital, que recorre el mundo. En el que sé, al final de ella, estarás tú sosteniendo mi alma para entregársela a mi cuerpo.
Myranda Térrez
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