Álvaro Darío Lara
Poeta y escritor
Releyendo a ese gran estilista, a ese consumado esteta de la palabra que es don Alberto Masferrer, me encontré con un editorial de Patria, que apareció entre nosotros, los salvadoreños, el 5 de noviembre de 1929.
La pieza, de magistral periodismo, no sólo en el orden de lo formal, sino en el orden superior de las ideas, lleva por título «El hombre culto».
Hijo de las mejores escuelas humanistas de su tiempo, don Alberto, fue un visionario, un profeta de la moral social, un hombre que amó hasta el sacrificio último, a esta tierra misteriosa y bella de Cuscatlán, pretendiendo convertirla en ese invento que el siglo XIX dio en llamar República, Patria, y con mayor osadía: Nación.
Sin embargo, la Patria Masferreriana dista años luz, de la de los estadistas liberales y conservadores (si acaso hay diferencias) de ese turbulento siglo XIX y de lo que conocimos en las primeras décadas del XX.
La Patria de Masferrer es una Patria tolstoiana, proclamada con vehemencia, en esos duros ambientes políticos de su tiempo, insensibles a la razón y al bien común.
¡Qué terrible resulta constatar que la vida ciudadana en el país, la hemos escrito con la más permanente y furiosa confrontación!
En un hogar, en una empresa, en un templo, es imposible avanzar si a diario sustentamos nuestras relaciones sociales sobre la base del ataque, del desprestigio, de la murmuración, de la hostilidad, de la conspiración, del irrespeto y de la violencia.
Para Masferrer, las actitudes, de lo que denomina «el hombre culto», se distinguen por otras señales, veamos: «Un hombre culto es, necesariamente y en la máxima expresión de la palabra, ´Un Libre Pensador´. Un libre pensador se mantiene siempre en actitud independiente respecto de las ideas reinantes, costumbres, credos políticos, sociales y religiosos; tradiciones de casta, de raza y de patria; moralidad y leyes. Se mantiene libre, sobre todo, respecto de sí mismo, y dispuesto a tirar por la borda el contenido íntegro de su mente, si una luz más clara le hace ver que ese contenido es de calidad inferior. El lema del libre pensador es, invariablemente, ´La verdad ante todo y sobre todas las cosas´».
En Masferrer, la práctica del autoexamen continuo, era una imperiosa ruta, puesto que más que el sostenimiento de «mi verdad» o de una «verdad coyuntural», interesaba el alcanzar la mayor aproximación posible a la «verdad real», a la verdad que abonara, positivamente, al desarrollo de la polis.
Escuchemos al Maestro nuevamente: «En cambio, para el hombre de acendrada cultura, no existe el escándalo: ninguna afirmación le subleva; ninguna negación le exaspera. La verdad, para él, no está, no permanece, si no que deviene constantemente, ampliándose e integrándose constantemente».
Quiera Dios, que todos alcancemos paulatinamente, el sendero de los auténticos entendimientos, como eficaz medio para comenzar a superar nuestro tenso escenario actual. Y en esa dirección, no hay duda, que nuestros clásicos pensadores siguen mostrándonos el camino.