Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Recientemente, viagra la Escuela Superior de Maestros, Sede San Miguel, del Ministerio de Educación, fue el escenario del recital que el poeta Edgar Alfaro Chaverri, ofreció a un grupo significativo de maestros y maestras de la zona oriental del país. Ese día tuve la oportunidad de decir lo siguiente: Entre noviembre de 1985 y enero de 1986, un grupo de -entonces- jóvenes poetas, aspirantes a escritores, fundamos lo que se conoció en los medios culturales y literarios, nacionales y regionales, como el Taller Literario Xibalbá. Fue el devastado campus de la Universidad de El Salvador, quien nos acogió desde el inicio. Ese mismo campus al cual llegué invitado por el poeta Otoniel Guevara, luego de conocernos en la premiación de los VIII Juegos Florales Salvadoreños, organizados por la Casa de la Cultura de Zacatecoluca.
Xibalbá, es la región que los antiguos maya-quiché conocían como el inframundo, lugar en el que habitaban los terribles Señores de Xibalbá. Por su significado rebelde, contestatario, maligno, fue el nombre que escogimos para denominarnos como banda literaria.
La guerra civil y las acciones populares libradas en las calles por sindicatos y organizaciones de izquierda, constituyeron el entablado donde Xibalbá, irrumpió llevando su poesía. Algunos de sus miembros –llenos de idealismo- se entregaron a la lucha guerrillera. Unos sobrevivieron, otros perdieron la vida, en circunstancias aún no esclarecidas responsablemente por los grupos a los que pertenecieron. Este es el caso de: Claudia María Jovel, Arquímedes Cruz y Amílcar Colocho.
Entre los asiduos asistentes a las reuniones, conocí al poeta Edgar Alfaro Chaverri, entusiasta desde siempre por la palabra que nos resucita de los hondos pozos del dolor y de la muerte, para llevarnos a la más diáfana claridad.
La poesía escrita por esos años se encontraba muy influenciada por las urgencias de la política, del compromiso, de la denuncia. Muchos quemaban en la hoguera interior -quizá- lo mejor de su voz, es decir, sus más profundos amores, miedos, ilusiones y tristezas, por aquello que pensaban era más alto: la utopía revolucionaria. Esto se creyó de manera fervorosa, y en ocasiones, no libre de mitologías, dogmas y fanatismos.
Por otra parte, cantidad de amigos y compañeros, participantes de los círculos y talleres literarios, no eran en realidad poetas. Así, pasado un tiempo -los más sensatos- lo comprendieron. Desde luego, eran sinceros y bienintencionados, pero no tenían vocación. La definitiva vocación que distingue al creador. Vocación en la guerra y en la paz; en la salud y en la enfermedad; en la riqueza, o en la pobreza, tal y como rezan los votos matrimoniales.
Edgar Alfaro Chaverri, sí la tenía. Y la tenía como una piedra maravillosa, natural, que urgía de la mano del experto escultor, del artista, para pulirla y hacerla brillar en toda su plenitud. Lo misterioso es que esa mano no podía ser externa, nunca externa; sino, interna. Sólo él, podía llegar, después de mucho esfuerzo y dedicación, a esos extraordinarios hallazgos.
Casi treinta años después, la producción poética de Edgar Alfaro Chaverri, lo ha situado en el justo lugar. Su trabajo infatigable, su amor incondicional por la poesía, su coherencia vital como ser humano, en sus cumbres y abismos; en una palabra, su autenticidad como hacedor, es la responsable de una colección de títulos que revelan su aporte significativo a la literatura nacional, y a la poesía. Aporte valioso. Traducible en cualquier latitud del mundo.
Para este servidor, testigo de primera línea, de su desarrollo como escritor. Y de sus combates en los distintos ámbitos de su intensa biografía, es un honor presentarlo en esta ocasión, para que todos disfrutemos de su carta, que lo identifica, como caballero cabal de la poesía.
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