César Ramírez Caralvá
Escritor y Fundador Suplemento Tres mil
La luz del mediodía acude a mi cuerpo, unidad indivisible de mi esperanza, más terrestre, más acuática o aérea que emite un llamado de ferviente unidad por el futuro, vislumbro la “tea encendida” del ambiente solar que ilumina todo, incluso la incredulidad de los profanos.
Hago mías las palabras por un destino diferente, las mismas que observaron la masacre de tantos amigos y amigas ahora olvidados ¿qué efímera es la memoria en el presente dinerario? pero existe aún el ADN del recuerdo inolvidable, quizás una palabra, una imagen, tan frágil e intangible que acude al auxilio de los más humildes recuerdos juveniles, en plena dictadura militar.
Si, nosotros los ingenuos amartillados en sueños imposibles, decidimos escalar la pirámide del sistema con la voluntad desnuda, sin paracaídas, sin seguridad dineraria, pobres de nosotros apostando todo por nada, con la felicidad inmensa de luchar por lo imposible.
Desconocidos al fin, solos, pendientes del vértice de una aguja, equilibramos nuestra inocencia universitaria, sin temor a las balas blindadas, en aquellos años donde la dictadura no era ficción, sino el yunque y martillo que forjaba mártires por centenares, era la voz del opresor.
Nosotros levantamos una mano, asomamos nuestros juveniles rostros en la misma línea de fuego, apenas sobrevivimos, tantito más y nos rezan… no es un ajuste de cuentas, ha pasado tanto tiempo que no estamos para reclamar nada, cada quién es responsable de su muerte… en ocasiones las deudas son incobrables.
Recuerdo la historia de un joven campesino, en las condiciones más rudas abrazaba el incendio por otra sociedad lejana, soñaba con un jardín de rosas fraternales, como un bálsamo utópico reposando en la nación herida. Era la tierra, el mar, el cielo, aquél joven en primera línea, bajo el fuego militar dibujaba una imagen de otro universo, era creíble apostando su vida por ello, su pobre vida, inicio y fin del destino juvenil.
Han transcurrido cuarenta años, no debemos ser impacientes, también debemos saber esperar, nada de azar o espejismos, nada de dogmas sacrílegos, nada, vamos a pasos de gigante en febrero rojo, como movimiento telúrico que derriba al coloso de barro.
Es febrero rojo, Venus, Júpiter y la Luna saludan alineados al sol en sus entrañas, acústico ritmo de Perseo derrotando a la Medusa en ese combate desigual. Uno es la unidad diminuta, levanta un puño y celebra el febrero rojo, brillante amanecer de aquél espíritu juvenil junto al pueblo, el mismo de siempre: anti oligárquico y antimperialista.
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