Y SUEÑAS CON EL FUTURO EN LA PLAZA…
Por Caralvá
(Fragmento de La primavera salvadoreña recuerda España 16 enero 1992)
Entonces escribes…
La plaza estaba repleta de miles de ciudadanos que convertidos en militantes de la paz social, se reunieron a negar que 10 años de guerra hubieran intentado destruir su visión del mundo.
Se podía escuchar el poderosos encuentro del futuro, en ese espacio insuficiente para contener la esperanza, se multiplicaban los abrazos con la euforia y la sed de vivir a toda velocidad ese segundo.
El futuro había asomado su sonrisa de triunfo en el centro histórico de San Salvador, era un final feliz, después que la guerra como reina de nuestro destino se había impuesto en todo este breve territorio y ahí estaban las banderas identificando años de lucha, como verdaderas estrellas por la vida, insignias en camisetas y en cualquier parte declarando una militancia, hasta hace unos días inconfesable.
Este día se había retrasado muchos años, era como despertar a medio día de un jueves con el destino en las manos, con la certeza de haber tenido razón y quizás un poco de sin razón.
La revolución continuaría de otro modo.
Caminar sobre esas calles era asegurarse algo que contar en los siguientes años, de pronto explotó la alegría reprimida durante más de 10 años, multiplicándose el sentimiento de fraternidad, este era el día, el último conecte para una nueva vida o una nueva forma de construir el destino de millones. Era la respuesta esperada después de tanto tiempo de vivir en plena guerra, un paso en firme, transformador.
Lejos muy lejos, en el Castillo de Chapultepec, la firma de la paz, aseguraba la continuidad de la vida, el triunfo sobre el fatalismo, a partir de ese momento nuestra nación tenía un destino diferente. En la plaza las campanas al vuelo anunciaban un nuevo discurso por la vida, se había transformado la realidad, la lectura del destino del pueblo podría acompañarse desde este momento con el optimismo.
Ya no valdría suplicar por una oportunidad para los niños, porque eso les pertenecía por derecho.
Desde México llegaba la noticia. México que nos acompañó en la alegría del futuro, el mismo México que nos acompañó en el exilio, el México solidario del refugio, o el del paso hacia el Norte, era como un designio de ese pueblo hermano, desde México para el futuro de El Salvador.
No había tiempo para pensar en nosotros, sino en los que no nos acompañaban en esta fiesta.
Las palabras las imágenes en las estridencias por la vida, eran el mejor reflejo de lo que acontecía en la plaza.
¿Qué distancia, qué trayecto, qué precio, hubo que pagar para hacer esto posible? Necesitamos nuevas palabras para explicar el destino de miles de ciudadanos junto al proceso. Este era un verdadero privilegio, ver el destino que otros soñaron. Detener un momento este tiempo, suplicar porque dure mil años, ese nuestro futuro de jueves en la plaza, este futuro se nos escapa entre los dedos, entre las calles y entre millones de recuerdos que se agitan en busca de un reposo final.
Arrebatar al momento del jueves, el poderoso argumento de nuestro destino, de seguir en lo dicho.
Necesitar un sorbo de café, en un viejo lugar donde vimos por última vez a nuestras amigas, y gritar que el amanecer de este día no tiene final.
Necesitamos millones de antorchas, para preservar el fuego de todos los pensamientos que brotaban de los convocados bajo el sol de enero y luego ese sentimiento nos alumbrará en la noche en este luminoso destino común. Recuerdos dispersos que se agitan de los recorridos sobre un puerto que ve la horizonte, que confirma nuestros a argumentos imbatibles, entonces alguien responde con plegarias ¿por qué la religión es tan triste? las plegarias inmediatas transforman el ánimo, nos sentimos serios y pecadores, pero la joven que estaba a mi lado rezó una oración en un extraño idioma, entre alegría y lágrimas, los presentes nos sentimos raros, pero su actitud de alegría nos mezcló ese imprevisto sentimiento, de pronto nos encontramos haciendo lo mismo, compartir un entendimiento solidario, en medio de las banderas en giros que desafían al sol de mediodía.
La alegría de encontrarnos de nuevo juntos.
Hubo momentos de desesperanza, pero logramos derrotarla a tiempo.
Las voces dispersas se confundían en una alegría de fraternidad:
¡Por favor que alguien me diga si han visto a mis hermanos!
Volver a construir las barricadas como hace 10 años, o reunirnos en las madrugadas para incursionar en lo profundo de la noche por un amigo herido.
Hoy las lágrimas de este planeta se conjugan en nuestros rostros, ahí quedan de testimonio las barricadas de cartón construidas para detener los tanques, ahí están los muros de la ciudad rencorosos por las miles de pintas hechas en esa piel de ladrillo.
El silencio que se pierde en torno de miles de acciones juveniles que se agrietan en todos los muros que nos faltaron por manchar, en especial el que queda frente a la Policía Nacional.
Ahí esta Eva, juntos huimos de la policía, jugando a escondernos del poderoso enemigo, por cierto que a unos metros de sus cuarteles; ocultar la propaganda que se refugia entre la piel y la camisa, con miles de señales que predican nuestra insurrección contra el sistema solar.
Muéstrenme poderosos recuerdos, los mismos rostros que conocimos en las actividades, en estas mismas calles que ahora les reclaman. Me ahoga el recuerdo. Necesito una bebida que cauterice nuestras imágenes de lucha colectiva, que ampute el dolor de los recuerdos; poder escribir entonces, que nos responsabilizamos de todos los muros mal pintados con leyendas subversivas pidiendo libertad a los prisioneros políticos.
En estos momentos recordar es lo menos que podemos hacer para enfrenarnos con la realidad, porque nuestros mejores amigos ya no están con nosotros. Es el momento de repetir historias militantes, por ejemplo del momento que Juan, capturado por un retén y amarrado, saltó del puente del Río Lempa para huir de sus captores, que salió desnudo muy lejos del lugar, pero sin ninguna vergüenza de estar vivo; de Lucía que confundió a las secciones de contrainsurgencia diciéndoles que la persona que buscaban se había ido debiéndole 6 meses de renta.
No pudimos construir otro mundo, pero eso no significó que estuviésemos muy cerca de lograrlo, ahí quedan todos nuestros disparos contra la maldad, queda el testimonio de los combates contra el imperio, esperemos no haber fracasado como los hippies, esperemos que nuestra revolución de rosas, no sea perseguida por enormes remordimientos de no haber muerto a tiempo, puesto que inmerecidamente se conjugó un segundo con otro, para detener las balas que eran sólo nuestras.
Siempre dijeron que éramos comunistas, pero también fue muy difícil aclararle a la Policía que no lo éramos.
Pero ahora que tenemos libertad, podremos desenterrar las bibliotecas clandestinas, podremos tapizar los muros de nuestras casas con los pósteres del CHE Guevara, podremos escuchar todas las melodías sociales que queramos sin temor al siguiente cateo.
¿Podremos hacer otra revolución?
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