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Yo, la peor de todas

Juana investiga el agua, view la luz, recipe el aire y las cosas.

Con un ojo pegado al telescopio, salve caza estrellas.

Sólo el sufrimiento te hará digna de Dios — le dice el confesor— y le ordena quemar lo que escribe, ignorar lo que sabe y no ver lo que mira.

Eduardo Galeano

PROFESOR Lo siento, señora, pero su hija no puede asistir a clases.

MADRE Pero, profesor…

PROFESOR Los colegios son solamente para varones, ¿entiende? Para hombres.

MADRE Sí, pero mi hija…

PROFESOR Su hija, señora, es ilegítima. Usted vive en pecado, no está casada por la iglesia…

LOCUTOR Estamos en México, a mediados del siglo 17. En San Miguel Nepantla nació una niña bautizada como Juana Inés. Una niña extraordinaria que a los tres años aprendió a leer. Y a los 6, le hizo un extraño pedido a su madre:

JUANA Vísteme de varón, mamá. Yo quiero ir a estudiar.

MADRE No, Juana. Las mujeres no necesitamos libros sino ollas para cocinar y agujas para coser.

JUANA Pero, madre…

MADRE Confórmate, Juanita. Es nuestro destino como mujeres.

LOCUTOR A los 8 años, Juana Inés, de sangre criolla y española, escribió sus primeros versos y fue premiada al declamar su “Loa al Santísimo Sacramento”:

CURA Me parece que esa niña tiene cabeza de hombre en cuerpo de mujer. ¡Ay, ay, esas mezclas de sangres!… ¡Las cosas que se ven en este país de paganos!

LOCUTOR Como su pedido para asistir a la Real y Pontificia Universidad de México le fue negado, Juana Inés siguió estudiando, pero a escondidas.

JUANA El saber es ilimitado. Yo no estudio para saber más, sino para ignorar menos.

LOCUTOR Gracias a un amigo de la familia, conoció las grandes bibliotecas de la capital mexicana. Ahí descubrió las obras de Calderón de la Barca, de Góngora, y tantos otros libros.

JUANA No me den riquezas ni tesoros. Denme libros. Lo que me alegra la vida es poner riquezas en mi mente y no mi mente en las riquezas.

LOCUTOR Aprendió latín, vasco, portugués y nahuatl. Su fama como poetisa la acercó a los Virreyes de España, teniendo apenas 15 años de edad.

VIRREINA ¡Esta jovencita me sorprende! Debemos protegerla de la envidia de algunos religiosos…

CURA ¿Que dice el apóstol Pablo, eh? Mulieres in ecclesiis taceant. Que significa…

JUANA No tiene que traducir, padre. Yo sé latín.

CURA Ajá, también sabes latín…

JUANA El apóstol dice que las mujeres se callen en la iglesia. Pero yo no estoy en la iglesia, estoy en las cortes, en el mundo, en las bibliotecas…

CURA ¡Lo que estás es inspirada por el demonio!

LOCUTOR Sólo el aprecio de los Virreyes impidió que cayera en manos de la Inquisición. Pero cuando éstos tuvieron que regresar a España, Juana quedó desamparada.

JUANA Y ahora, ¿qué hago? ¿Dónde me escondo?

VIRREINA Cásate, Juana. Ten hijos, como todas las mujeres.

JUANA Mis hijos son mis libros, mis versos… Sin mis libros no existo.

VIRREINA Pues si no quieres casarte, entra en el convento. Ahí no tendrás que atender a ningún marido y podrás leer y estudiar, que es lo que quieres.

LOCUTOR En 1667, Juana Inés entró en el Convento de las Carmelitas Descalzas y más tarde en el de las Jerónimas donde tomó el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz.

JUANA Como no me pude vestir de hombre… ¡me vestí de monja! (RIE)

LOCUTOR Sor Juana Inés pasaba el tiempo escribiendo poesías, novelas y hasta comedias. Cantaba en el coro y escribió un tratado teórico sobre música. Componía villancicos. Era contadora del convento y desde Europa le enviaban instrumentos científicos para sus experimentos.

JUANA Estos son mis amores, este reloj solar, el astrolabio… ¡y mi telescopio!

LOCUTOR Juana casi no dormía estudiando el movimiento de los planetas y las estrellas. Pero también aprendió a cocinar, creando sus propias recetas. Ella solía decir:

JUANA Hasta guisando se pueden descubrir secretos de la naturaleza. Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.

LOCUTOR El obispo de Puebla, Manuel Fernández, fingiendo ser su amigo, le tendió una trampa. Le pidió hacer un comentario sobre un famoso sermón del Padre Antonio Vieyra…

JUANA Será muy famoso, pero tiene errores… errores teológicos.

LOCUTOR El obispo Fernández publicó estas críticas provocando un gran escándalo en la comunidad religiosa. La calificaron de hereje.

CURA La teología no es cosa de mujeres. Cuando oigo a esta Juana escucho el silbar de una víbora… ¡veo al diablo!

LOCUTOR Juana trató de resistir. Escribió versos defendiendo el derecho de las mujeres a estudiar, a cultivarse, a ser respetadas como seres humanos.

JUANA Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis.

LOCUTOR Los obispos la obligaron a arrepentirse en público. El mismo obispo Fernández, disfrazado de monja, la acusaba así en el juicio:

CURA 1 Miren, mírenle la letra… Ahora hasta letra de hombre tiene.

CURA 2 Se baña desnuda, tengo pruebas.

CURA 1 ¡Avergüénzate de lo que escribes, que mucho cantas a lo humano y muy poco a lo divino!

CONFESOR Juana, tienes que quemar todo lo que has escrito.

JUANA Pero, padre, son mis investigaciones, son…

CONFESOR Quémalo todo antes de que te quemen a ti.

JUANA Pero, padre, yo sé que…

CONFESOR Ignora lo que sabes. Tú no sabes nada. Estás llena de soberbia, Juana. Sólo el sufrimiento te hará… digna de Dios. ¡No desafíes a la iglesia!

LOCUTORA Deprimida y amenazada, Juana hizo una confesión general firmada con su propia sangre.

JUANA A todas las mujeres les pido perdón. Yo, la peor de todas, Juana Inés de la Cruz.

LOCUTOR Vendió todo lo que tenía, sus libros, su telescopio, todo, y dio el dinero a los pobres. Y se dedicó a cuidar a las víctimas de la peste que por aquellos años azotaba México.

LOCUTORA Se contagió y murió el 17 de abril de 1695. Tenía 44 años y fue sepultada en una fosa común.

LOCUTOR Juana Inés de la Cruz fue víctima de una enfermedad peor que la peste: la intolerancia, el desprecio hacia las mujeres de una iglesia machista y misógina.

LOCUTOR Juana Inés de la Cruz, la décima musa como era conocida, fue considerada la mayor figura de las letras hispanoeamericanas del siglo 17.

BIBLIOGRAFÍA

Germán Arciniegas, Las Mujeres y las Horas, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1986. Imagen de: Wikimedia.org

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