Santiago Vásquez
Escritor ahuachapaneco
A mí, no me lo repitás de nuevo ishtiyo hijuepuerca, carajo, le dijo la nana, con un gesto que se la llevaba el diablo, un semblante de muy pocos amigos y con una mirada que si no fuera por la pequeña llovizna que caía, bien era capaz de producir un incendio por todo aquello con fatales consecuencias.
La niña Reinita, tenía una santa paciencia para soportar cualquier situación difícil, pero ahora, ya era demasiado, había rebalsado el vaso de su tolerancia.
En la casa vecina, el ruido estridente de un equipo de sonido pesimamente mal ecualizado hacía perder el juicio a cualquiera.
La hojitas de aceituno caían al suelo y eran arrastradas como pequeños pececillos por un caudaloso río de nostalgia.
Una ringlera de hormigas finas, subía por la pata de la mesa donde estaba la venta, pero se perdían a medio camino por lo caliente de aquella frondosa olla de barro llena del sabroso chilate.
Antes de las dos de la tarde, acompañada por sus dos hijas, Evelyn, Sonia y su sobrino William, se preparan para lo que será una jornada llena de mucho movimiento y a veces de desilusión cuando la venta no resultaba muy buena.
-Es que mamá…
Óigame por favor.
Insistía el cipote, quien con un semblante de aflicción, veía para todos lados y de vez en cuando, bajaba la mirada, como queriéndola enterrar en lo más profundo de la tierra.
La niña Reinita, sale muy contenta a vender chilate todas las tardes a la placita de la esquina de su vecindario, donde un viejo Amate, recibe bajo su sombra a los cansados transeúntes y donde atiende con mucho esmero a sus esperados y numerosos clientes.
-¿Nuégados don Filemón, o dulce de camote o de platanito?
Y, usted niña Elvira…
¿Cuántas porciones van a querer?
Mi amor, siéntese, por aquí está una mesa desocupada.
-Muchá, vayan a decirle a la Ana que haga más buñuelos, necesito, está viniendo más gente y ya no tengo.
¡Hay que aprovechar hijas por Dios, esto no es de todos los días!
Aquellos huacales de morro se servían sobre unas rosquillas o yaguales hechos de tul, porque los recipientes no tienen asiento para detenerse, una costumbre que había trascendido con el tiempo, producto de la creatividad de nuestros antepasados.
De los frondosos morros, pequeños artesanos los preparan para dar paso a utensilios de mesa, que pronto serán el deleite y atractivo de muchos turistas.
Aquel sabroso chilate es servido con mucho entusiasmo y bien calientito, humeando al infinito, como una escena ceremonial ofrecida a nuestros ancestros.
-Es que mamá…
-Ya te dije puñetero que no me lo repitás de nuevo.
Y no andés detrás de mí.
¡Esperate que lleguemos a la casa!
En una mesita de la esquina, una niña de seis años suelta un grito despavorido:
-¡Ayyyyyyyy, mamáaaaaaa!
¡Me quemeeeeeeeeeeee!
-¡Hija por la gran babosa!
Eso le pasa por necia, le dije que yo se lo voy a dar poquito a poco.
Aquella placita, todas las tardes se alegra con el bullicio de los cipotes, las charlas amenas de los clientes y uno que otro pícaro agarrón de manos de un par de enamorados, atrapados por los turbulentos ventarrones de un huracán incontenible del amor.
-Suélteme la mano, hay mucha gente y usted ya sabe que después hablan de uno cosas que no son.
-Pero Lucita, ¿que no me quiere pué?
¿Acaso no sabe que mi corazón le pertenece a usted y a nadie más?
-Sí, lo sé, pero la gente mucho nos mira.
-Y eso que tiene mi Lucita, mis ojos solo la ven a usted.
Las palabras se entrelazan en medio de aquel profundo sigilo de pasión, ardiente, como el mismísimo fogón que calentaba aquella deliciosa bebida hecha de maíz.
Una palomilla cae en un guacalito de chilate, el que es sustituido inmediatamente por otro.
-Niña, me cayó algo.
¡Venga!
-Hay disculpe niña Andrea, pero estos animales son impredecibles.
Mientras todo esto sucede, en el rincón del portalito, todo parece normal, pero no
es así, al cipote se le fue esfumando toda su tranquilidad cuando veía que aquella mujer no le sonreía como lo hacía otras veces.
Sacó de la bolsa de los pantalones un puño de chibolas CAQUEMICO y se puso a jugar el solo, mientras su nana se afana en complacer de la mejor manera a sus visitantes exclusivos, entre ellos, algunos frecuentes.
En un intento por explicar por última vez aquella falta, levantó sus manitas sucias y con los ojos llenos de lumbre le dijo a su progenitora:
-¡Mamá!
Le juro que…
En medio de aquellas palabras inocentes, asomó un intento de llanto, pero un intento, atragantado en lo más recóndito de su corazón.
¡YO NO FUI!
Y soltó el llanto.
Fue el chucho el que le dio vuelta a la olla de chilate.
-¿El chucho?
Aquella expresión quedó haciendo eco en la mente de la noble mujer.
¿El chucho?
Ella, como queriendo juntar todo el amor del mundo en un solo instante, lo miró con la delicadeza infinita de la ternura, le sonrió, lo tomó de la cintura, lo besó en la mejilla y en un descuidito lo agarró de la mano exclamando:
¡Ah cipote!
¡Ya lo sé!
¡Ya me di cuenta!
¡BABOSO!
Ya sabía que no fuiste vos.
-Otro chilate niña Reinita.
-Si tiene dulce de camote me da más.
-A mí, dulce de plátano.
Niña Reinita, quiero siete porciones con buñuelos.
En la placita, sentado a un lado de un guachimol, el cipote contaba:
-Sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro, sesenta y cinco, sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho, sesenta y nueve… setenta, setenta y uno….
Y seguía probando pulso, jugando el solo con sus chibolas CAQUEMICO.
La tarde se marcha con la alborada de pájaros.
La llovizna empaña el espejo del tiempo, mientras un borracho trastrabilla en el andén, haciendo malabares con sus manos.
.¡Váyase por allá!
¡Me ahuyenta a los visitantes!
El borracho se ríe y se aleja, dejando en su recorrido un inmenso caminito formado por el intenso vaho de alcohol.
-¡YO NO FUI!
-¡YO NO FUI!
Murmuraba entre dientes aquella inocente criatura envuelta en su dicha de ser un niño.
-Su nana lo veía, mientras una lágrima asomaba en su pupila y decía para sus adentros:
¡Ah, mhijo!
¡BABOSO!
Y lo peinaba con una profunda mirada.
El chilate
pintaba lunas llenas
en los delicados guacalitos de morro.
Una CAQUEMICO se le fue en un tragante, sus ojos vidriaron de tristeza.
El borracho daba rienda suelta a sus delirantes carcajadas.
El cipote lo veía serio, mientras los demás disfrutaban del sabroso chilate, preparado como por arte de magia.
Una ráfaga de pájaros salió disparada en medio de toda aquella alegría que ofrece la placita todas las tardes.
-Heeyyy, señor, usted no ha pagado.
-Como no, ya le cancele a la niña.
-Hija, te pago el señor.
-A mí no.
-Y usted niña Rafa.
-yo quiero cinco porciones pero para llevar.
El borracho se quedó fondeado a la orilla de la cuneta pintando una silueta en forma de Y.
El carajo vigiaba por los hoyitos de los tragantes buscando con desesperación su CAQUEMICO.
-Yo no fui…
Decía
Y respiraba profundo.
-Ese viejo se hartó tres porciones y no pago.
La pequeña llovizna llenaba de lunares el ambiente.
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