Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
La autonomía es una de las condiciones éticas más preciadas para todo individuo. Gracias a ésta la persona puede sustentar con libertad un pensamiento, un conjunto de acciones, un modo de “ser y de estar en la realidad”. En esa infinita y compleja realidad propia y social.
Cuando los controles ideológicos –de la índole que sean- coartan este valor esencial, inherente a la persona humana, se vulnera uno de los aspectos más determinantes en el desarrollo y plenitud de los seres que habitamos este planeta, y sus consecuencias son desastrosas en todos los sentidos.
Uno de los filósofos más grandes y determinantes – para una verdadera filosofía, abierta al hombre y libre de los amaños sutiles e interesados de la política servil y de la ideología-, fue el español José Ortega y Gasset (1883-1955).
Con su célebre frase: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, contenida en una de sus primeras obras “Meditaciones del Quijote” (1914), Ortega inicia el camino de una larga obra, fundamentada sólidamente en sus estudios europeos, y en su gran capacidad para digerir, sin la ciega pasión, los acontecimientos de su compleja época, en los ámbitos peninsulares, continentales y mundiales.
Hace unos años (1998) el extraordinario escritor Mario Vargas Llosa, comentaba, en su habitual columna “Piedra de Toque”, un libro de Gregorio Morán, titulado: “El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo”, texto que representa un importante análisis de la cultura española en la época de la dictadura. Justo en ocasiones, e injusto, en otras, sobre todo, cuando – en el parecer también de Vargas Llosa- se refiere a la figura y al pensamiento de Ortega.
El caso de Ortega es el de un filósofo auténtico y autónomo, y por lo tanto, incómodo para una España inmersa en una radical bipolaridad, donde los matices representaban herejía.
Aun cuando Ortega regresa en 1945 a España, después de su autoexilio, no se somete ni a los cortejos ni a las presiones del franquismo para convertirse en un intelectual a sueldo, subvencionado por el Nacional-Catolicismo que ha secuestrado al Estado; tampoco cede, a las posturas extremas del republicanismo, sobre todo, a aquel de clara definición marxista.
Vargas Llosa, no lo puede expresar mejor: “El régimen civil, republicano, democrático, plural, que había defendido en 1930, en la Agrupación al Servicio de la República, no coincidió para nada con lo que se instauró en España a la caída de la monarquía, y eso lo llevó a su angustiada admonición: “¡No es esto, no es esto!”. Pero, tampoco era esto una sublevación fascista, y por eso, se abstuvo de tomar partido durante la guerra por ninguno de los dos bandos en pugna, y, luego, de adherirse al régimen que instaló el vencedor”.
Sin embargo, la contemporánea España, sustentada en la libertad de pensamiento, la tolerancia, y la laicidad no sería eso, sin el legado de Ortega y de otros. Sin duda, un ejemplo, que muchos en estas tropicales latitudes, debieran considerar.